La reparación conduce a la dignidad, ¿el castigo a dónde?

María Antonieta Solórzano
19 de septiembre de 2018 - 10:10 p. m.

Los seres humanos podemos hacer daño. En algunas ocasiones la ignorancia o el descuido pueden tener secuelas arduas para otro y, en no pocas oportunidades, la venganza o la maldad conllevan consecuencias imborrables.

Muchos al darnos cuenta de que generamos sufrimiento, quisiéramos reparar, pero nuestras tradiciones y creencias lo hacen difícil, se cree que: “Después de un ojo afuera no hay Santa Lucia que valga,” se recomienda, sin mayor reflexión actuar desde la venganza, el castigo y la humillación.

Dichas estrategias ni reparan ni alivian y adicionalmente no discriminan a los equivocados con opción de corregirse de aquellos para quienes dañar es ya una manera de existir.

Carecemos de los lugares, de espacios físicos y psicológicos donde el transgresor pueda reflexionar o confrontarse personalmente y asumir su responsabilidad frente a la familia o la sociedad, donde los confundidos o los agresores pueden reconocer la magnitud del daño causado para encargase de la reparación.

El castigo sólo induce sentimientos de culpa y/o rabia que, en el mejor de los escenarios, disminuyen la autoestima del victimario y, en el peor, lo alejan de la ética y la bondad acrecentando, en cambio, la crueldad y la arrogancia.

Los castigados pueden transformar la humillación en un modo de vida que puede ir desde la rebeldía, hasta el suicidio y el asesinato pasando por las distintas formas del abuso o la maldad. El castigo no es trivial, es peligroso.

En el otro lado de la ecuación la víctima no tiene una alternativa distinta a la de resignarse a un sufrimiento la acompañe el resto de sus días, pues tampoco hay espacios de solidaridad adecuados, para que ella tome conciencia de sus propias posibilidades de auto-recuperación y desarrolle todo su potencial para poder redirigir su destino.

De esta manera, lo mas probable es que en el alma de víctimas y victimarios se instalen el resentimiento, la amargura y la sed venganza impidiendo surgimiento de una convivencia que deje atrás el pasado.

La esperanza, para damnificados y perpetradores, es el surgimiento de una nueva manera de abordar las heridas -la conciencia del valor de la resiliencia y la reparación-.

Es decir, reconocer que la creación de una coexistencia sana, en todos los escenarios de la vida privada y pública, requiere despertar en el corazón de cada uno de nosotros, padre, madre, maestro, cónyuge, gobernante o trabajador, la certeza de que castigar, al niño o al adulto no es impune y que cada vez que sea necesario corregir el efecto de la maldad o del error sostener es imperativo cuidar la dignidad de la victima y del victimario.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar