La rutina global de controlar la información

Columnista invitado EE
13 de agosto de 2015 - 04:46 a. m.

La masacre en el apartamento de Narvarte en Ciudad de México apunta obligatoriamente a un intento de silenciar a quienes hacían información: Rubén Espinosa, fotógrafo de profesión, y Nadia Vera, activista.

Ambos eran ciudadanos comprometidos con la grave situación humanitaria mexicana. Las otras tres mujeres asesinadas en el apartamento, junto con el silencio, la confusión y la imprecisión alrededor de sus nombres, no han sido efectos colaterales, sino más bien parte de un mensaje mafioso más profundo a los periodistas mexicanos y a todos los ciudadanos.

Las autoridades mexicanas encargadas del caso apuntan a la pista del “robo después de noche de fiesta”. Una versión recogida desafortunadamente de forma escenográfica por mucha prensa, no sólo mexicana. Las mismas autoridades difundieron informaciones erróneas de los hechos, junto con la publicación de pruebas parciales a uso y consumo de las masas de televidentes. Lo que es particularmente relevante en una era donde un video puede tener más impacto en la opinión publica que miles de pruebas de ADN. No le dan particular relevancia al hecho de que, según la versión que propusieron, las cinco personas fueron asesinadas —algunas violadas— con un tiro de gracia en la cabeza a través de un cojín con una pistola con silenciador, en teoría a las tres de la tarde y en poco menos de una hora.

La falta de crítica de algunos medios, el silencio de las altas cargas institucionales del país y el ponciopilatismo del gobernador Duarte, acusados en antelación por dos de los difuntos, los implica, directa o indirectamente. Parece tan evidente que hasta unos intelectuales europeos, en una escasa muestra de interés hacia algo que no afecta a sus propios corresponsales nacionales, pidieron en una carta a la Unión Europea bloquear los negocios comerciales con México.

También en Europa o Estados Unidos deberían empezar a preocuparse por el lamentable estado del cuarto poder, y por la batalla silenciosa de autoridades publicas y privadas, a punta de leyes y juicios, por el control de la vida privada de los ciudadanos y la circulación de la información. Hace dos semanas en Alemania fueron acusados de traición a la patria dos periodistas de la web Netzpolitik por haber reportado, gracias a un informador, el plan de los servicios secretos de implementar un sistema de vigilancia masiva de los ciudadanos.

En la indignación general por el ataque a la libertad de prensa (y de los ciudadanos) en el corazón de Europa, el ministro de Defensa despidió al procurador. Pero no porque era un derecho de los ciudadanos saber si el Estado planeaba vigilarlos ilegalmente o incumplir con la Constitución, sino más bien porque la información no se podía considerar secreto de Estado.

Estos casos, aparentemente en las antípodas, nos muestran cómo ya no podemos pensar en un cuarto poder que sólo quede representado por la prensa tradicional. Frente a las vejaciones de los poderes fuertes, el control de la información se ha vuelto una tarea del ciudadano en el cumplimiento de sus deberes democráticos. La masacre de Narvarte es la evidencia material, en su modalidad más sangrienta y tradicional, de cómo autoridades corruptas o criminales consideran que tanto periodistas y profesionales como simples ciudadanos son enemigos igual de incómodos. En esta batalla, donde no siempre la prensa tradicional cumple con su rol, será cada vez más constante la presencia de whistleblowers y el uso de la información de forma engañosa. Le toca al ciudadano analizar activamente la información que le ofrecen y devolverla en su forma más crítica a la sociedad.

 

*Doctor en estudios culturales mediterráneos y docente de la Universidad del Norte, Barranquilla. 

 

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