La salvación por el fuego

Oscar Guardiola-Rivera
22 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

¿Está más loco quien en el sanatorio cree ser el rey o el rey, quien cree ser el rey? Esta pregunta, mediante la cual el psicoanalista Jacques Lacan refiere a la cuestión planteada en el siglo dieciséis por el joven de La Boétie, tiene menos que ver con el valor de la república frente a la monarquía. Su objetivo es cuestionar por qué tantos hombres y mujeres, en tantos lugares de la Tierra, desean obedecer el poder y seguir las órdenes de uno solo (o del 1 %), quien sólo tiene el poder que aquellos le otorgan.

Durante el siglo veinte la cuestión retornó de la mano de los fascistas europeos a quienes se opusieron al comunismo internacional en alianza con las democracias antiimperialistas de las Américas y quienes en Europa temían perderlo todo al ser invadidos.

En el nuestro la cuestión parece relevante una vez más, habida cuenta de los populismos de derechas en el poder desde Planalto hasta la Casa Blanca en las Américas, prestos a tomarse también el Elíseo y hacer estallar la Unión Europea de posguerra y el mundo entero si lo juzgan necesario.

Al igual que en siglos pasados, su lenguaje en el actual es el de la puridad y la limpieza: dicen encarnar la pureza ética frente a todos los demás que son juzgados como “corruptos”. Esta demanda moralizante viene a reemplazar la hoy inadmisible apelación a la pureza de sangre, pero al igual que esta última justifica en sus ojos y frente a quienes les siguen lanzar una cruzada en contra de los infieles e incinerar un mundo todo él corrupto si es el caso. La salvación por el fuego, ese es su credo teológico y político.

De ello daba cuenta Shakespeare cuando en el quinto acto de King John pone en boca de un personaje a quien llama con algo de humor y mucha justicia El Bastardo, la célebre fórmula “responde al fuego con el fuego”.

En el siglo veinte, el psicólogo Milgram diseñó un experimento cuyo objetivo era medir nuestro deseo colectivo de respuesta y obediencia al poder. Sus analogías con la Alemania nazi pueden ser controvertibles, lo mismo que sus métodos. Pero las conclusiones de sus críticos y defensores apuntan a lo mismo: antes que demostrar alguna oscura verdad acerca de la naturaleza humana, la cuestión concierne el poder de la verosimilitud y la fantasía sobre nuestras opciones colectivas.

Debemos prestar mayor atención al poder viral de las imágenes y las conjuras apocalípticas del riesgo, el miedo a que “otros” nos contaminen con su corrupción. Proyectamos en esos otros nuestra propia capacidad de corromper y de ser corruptos, para luego negarla en nosotros mismos. Entonces, para entender por qué tantos desean seguir al Uno quizás haya que confiar menos en la racionalidad de los individuos y entender mejor las fantasías proyectivas de los muchos.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar