La soledad del 10

Iván Mejía Álvarez
18 de junio de 2018 - 01:00 a. m.

Las frías estadísticas no siempre concuerdan con la cruda realidad del juego. Cómo explicar que un ataque que suma 65 goles en la temporada, Luis Suárez y Édinson Cavani, se vean reducidos a un cero infinito en el debut de Uruguay contra Egipto. Cómo entender que tres jugadores que suman 500 millones de euros en sus trasferencias, Dembelé (110), Mbappé (190) y Griezmann (200), sean absolutamente incapaces de juntar su fútbol y producir jugadas de gol en el partido de Francia contra Australia. Y cómo explicar que el máximo cañonero del año lectivo en Europa, Lionel Messi, 40 goles en la temporada que lo hacen Botín de Oro, no sea capaz de meter un penalti a Islandia.

Pero así es el fútbol, insondable misterio donde algunos equipos, por caprichosas decisiones de sus directores técnicos, pasan hambre con la nevera llena y donde otros no encuentran jugadores con los cuales puedan respaldar al mejor jugador del mundo.

A Didier Deschamps le dio un peligroso ataque de “tacticitis”, enfermedad en la que el técnico inventa, crea y descubre nuevas formas de jugar que van contra el sentido común, y decidió eliminar el delantero clásico para poner un “nueve falso”, Griezmann, en la búsqueda de una combinación de toque y juego sutil. No funcionó. Los dos extremos Mbappé y Dembelé, 23 y 22 años, nunca encararon y desbordaron, por lo que la pelota no le llegó al delantero del Atlético. Deschamps también traumatizó el mediocampo al pegar a Pogba con Kanté y Tolisso, alejándolos de Griezmann, cercenando el talento y las ideas. El mal funcionamiento francés fue cuestión de esquema y mal aprovechamiento de sus jugadores. En Francia las cosas no son como comienzan sino como terminan, y si el técnico le pone un poco de inteligencia y lectura a lo que pasó en su debut, Les Bleus serán protagonistas, porque jugadores buenos y costosos tienen.

Es algo diferente a la Argentina de Messi. También se equivocó Sampaoli al pretender que el juego, el fútbol, lo manejen Mascherano y Biglia, dos armatostes lentos y paquidérmicos que fueron los encargados de “distribuir” la pelota. Mascherano hizo 166 pases con alta producción de efectividad, pero fueron pases al centímetro, sin profundidad, carentes de imaginación. Cuando sacó a Biglia y le dio carrete a Éver Banega, el equipo argentino encontró un poco más de creatividad y la pelota llegó más limpia a un Messi “enjaulado” entre ocho piernas blancas de los islandeses que le impidieron maniobrar y patear.

Entre Francia y Argentina, más allá del resultado, hay una gran diferencia: los galos tienen jugadores y Messi está solo en el parque.

 

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