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La soledad del comandante

María Elvira Bonilla
20 de noviembre de 2011 - 11:00 p. m.

La hora final de los seres humanos frecuentemente es el testimonio inapelable de su vida.

Devela realidades fundamentales sobre la persona y su circunstancia. Y la de Alfonso Cano no sería la excepción. Cano no murió como un comandante reconocido y protegido por su gente, rodeado de una tropa leal, dispuesta a defenderlo hasta con su vida. Los testimonios del guerrillero que lo acompañó las últimas semanas, describen a un Cano acorralado, disminuido y aislado, que buscaba afanosamente abrigo en la selva, a sabiendas quizás de que su suerte estaba echada. Un hombre correteado, que tuvo que deshacerse a última hora hasta de la barba que le dio su identidad guerrillera, en una huida desesperada durante la cual debió hacer un examen de sus 36 años de guerrilla que estaban próximos a quedar enterrados en el monte.

Independiente de cualquier consideración humana, aun para el guerrillero en desgracia, la manera como terminó su vida el comandante en jefe permite vislumbrar la realidad de las Farc. Ese hombre solitario y desesperado es la expresión inapelable de que Cano nunca logró consolidarse como comandante y jefe único de la guerrilla. Su mando fue decretado formalmente pero nunca cristalizó, probablemente por las propias limitaciones de la guerra en donde el avance tecnológico les ha dado a las Fuerzas Armadas la capacidad para interceptar comunicaciones y limitar a sus frentes el radio de acción de la comandancia guerrillera.

Las famosas conferencias de las Farc donde evaluaban las acciones de guerra y definían colectivamente la estrategia a la organización, un elemento cohesionador importante, forman hoy forma parte del pasado. La última fue la IX conferencia de 2006, realizada en buena parte por internet y con teléfonos satelitales, sin la participación directa de representantes de la base. Con la caída de Raúl Reyes se confirmó que las comunicaciones eran una amenaza letal para los comandantes.

Los tres años de Cano como jefe de las Farc se desarrollaron sin recursos tecnológicos, dirigidos a aplicar, especialmente en zona de influencia en el suroccidente colombiano, el Plan Renacer que presentó en agosto de 2008, en un intento por adaptar la estrategia de la guerrilla a la nueva y desfavorable correlación de fuerzas. Hasta mediados de este año permaneció aislado en sus cuarteles históricos del Cañón de las Hermosas, reducido a interactuar con otros comandantes a través de los correos humanos, con los riesgos de seguridad que esto les significaba.

La misma situación enfrentará su sucesor: Timoleón Jiménez, Timochenko. El discurso ampuloso, con una retórica trasnochada, con el que informó públicamente la muerte de Manuel Marulanda, anticipa que se trata de un comandante congelado en el pasado. Timochenko opera desde la frontera con Venezuela, lejos e incomunicado de los centros claves de concentración guerrillera y de tráfico de coca, como es el corredor de la Cordillera Central en los departamentos del Valle, Cauca y Nariño, donde se calcula hay 5.000 guerrilleros con poder armado y millonarios recursos producto de la coca. Un escenario de federalización en el que el poder real recae sobre los comandantes regionales, como ocurrió con los jefes paramilitares. Esta situación favorece la bandolerización de los frentes y dificulta enormemente cualquier intento de negociación. Simplemente, sin mando unificado no hay con quién hablar.

 

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