La solución de la crisis climática y las personas cognitivamente diversas

César Rodríguez Garavito
01 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Los terrícolas del siglo XXI somos como los dinosaurios de hace 65 millones de años. Avistamos a la distancia algo que nos puede aniquilar, pero seguimos como si nada. Para los dinosaurios, se trataba del meteorito que acabaría con su especie y con miles más que sucumbieron en la quinta gran extinción de vida en el planeta. Hoy, cuando vivimos la sexta extinción, se trata de algo aparentemente más gaseoso y lejano: el calentamiento global.

Antes de que California y la Amazonía estallaran en llamas, o el Caribe sucumbiera ante huracanes sin precedentes, el cambio climático era el perfecto punto ciego para el aparato cognitivo del Homo sapiens. Como ha escrito Daniel Kahneman, el sicólogo que ganó el Nobel de Economía por mostrar los límites de la racionalidad humana, el motivo por el que hemos continuado imperturbables ante la bomba climática es que evolucionamos para prestar atención a amenazas que tienen autores individuales, víctimas reconocibles y efectos inmediatos. En cambio, somos pésimos para anticipar riesgos abstractos que se materializan lentamente. Somos buenos para correr o neutralizar a un depredador, pero malos para actuar ante un riesgo aún más grave como la destrucción del planeta por la crisis climática.

Pero resulta que los humanos somos cognitivamente diversos. Aunque la mayoría tenemos esas debilidades y fortalezas —y por ende hemos sido clasificados como “normales”—, hay otros que perciben el mundo de forma distinta y han sido relegados a categorías sicológicas discriminatorias. Como concluyó Oliver Sacks, el neurólogo que escribió los perfiles más vívidos de personas cognitivamente diversas, las supuestas debilidades de personas que han sido etiquetadas como discapacitadas pueden ser ventanas hacia otras formas de ver el mundo y resolver los problemas más acuciantes para la especie humana.

Digo todo esto después de leer el nuevo libro de Naomi Klein, En llamas (On Fire). Más allá de las propuestas políticas de Klein, Lo que me parece más interesante es su perfil de Greta Thunberg, la adolescente sueca que prendió la chispa del movimiento global de jóvenes contra la crisis climática. Cuando tenía 11 años, después de absorber los datos y la ciencia sobre la crisis climática, Thunberg entró en una depresión profunda y fue diagnosticada con síndrome de Asperger, una condición incluida dentro del espectro del autismo.

Como lo ha dicho la propia Greta respondiendo a los insultos de opositores que se mofan de su diagnóstico, su condición mental terminó siendo su “superpoder”. Porque las personas con autismo tienen capacidades que conjuran las debilidades humanas frente al cambio climático. Primero, tienen dificultades para poner datos contradictorios en cajones mentales distintos, como hacemos la mayoría para sobrevivir. Al ver los incendios en la Amazonía, o la gente que se asfixia por la polución en las ciudades, no pueden seguir viviendo como si nada estuviera pasando. Segundo, tienen una capacidad singular de concentración, que les permite insistir en un tema sin las distracciones de los humanos supuestamente “normales”, que andamos más dispersos que nunca.

Así es la vida: una de las fuentes de esperanza para el mundo viene de una forma de ver ese mundo que hasta ahora hemos despreciado.

 

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