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La tal nueva normalidad no existe

Pedro Viveros
28 de julio de 2020 - 05:01 a. m.

Para muchos, estamos saturados con tanta información (o desinformación) sobre el Covid-19. Esta pandemia llegó no para que todo cambie como algunos conocedores vaticinan. En mi opinión el ser humano siempre tiene la posibilidad de cambiar, no necesita de grandes crisis para ello. Somos una tarea. Por eso esta nueva vicisitud no nos hará merecedores de un renacimiento como sociedad, pero tampoco nos condenará inmisericordemente al destierro cuarentenal ad infinitum. Dejará huellas en estas generaciones como ya hemos tenidos otras cicatrices fenomenales como humanidad: la primera y segunda guerra mundial, las crisis económicas de 1929 y 2008, la guerra fría o la caída del muro de Berlín. Cada uno de estos episodios nos transformó y luego encapsuló otras consecuencias.

Las dos guerras mundiales generaron unas instituciones que reglaron el mundo: La Organización de Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización de Estados Americanos, la Organización del Tratado Atlántico Norte, entre otras. Hubo también fenómenos posteriores a esa conflagración como la pérdida de tantas vidas, los juicios de Nuremberg, la carrera armamentista o las repercusiones económicas y de reconstrucción. En lo mundano uno de los hechos que sirvió para el avance global fue la computadora, gracias a la brillantez de Alan Turing, quien ayudó a decodificar la información encriptada de los nazis. Esta genialidad nos toca todos los días, pero no todos relacionamos usar estas evolucionadas máquinas con los ataques alemanes.

Cuando este virus termine tendremos la oportunidad de recrear (volver a crear) una mejor normalidad. En el caso de nuestro país hay algunos rastros que van quedando de estos más de ciento veinte días de convivencia con el virus. Se desplegó una logística que en otros tiempos reclamaban las regiones. ¡El Estado llevó UCIs al Chocó, Amazonas y Buenaventura! El gobierno pudo hablar con el Ministro de Salud de Venezuela gracias a los oficios de la Organización Panamericana de la Salud. Los colombianos pudimos vernos entre todos gracias a la intercomunicación digital y los que todavía tenemos trabajo, logramos llevar a cabo nuestras labores ´por teletrabajo. La tecnología permitió focalizar enfermos o posibles casos de coronavirus para poder, en tiempo real, monitorear los contagios y controlarlos. En un caso excepcional los colombianos pudimos hablar de algo que nos preocupa a todos sin distingo de raza, condición social, tendencia política o sexual. Es decir, supimos que teníamos problemas en común. ¿Una especie de kínder como nación se incubó en estas duras jornadas?

¿Quién tenía la receta milagrosa para este enemigo invisible? En esta prueba y error hay un efecto que nos debería servir para potenciarnos como latinoamericanos. Fuimos capaces de conocer por nuestros teléfonos inteligentes lo que ocurría en Guayaquil con sus habitantes o las duras imágenes del Perú, así como las inacciones del gobierno brasileño frente al virus. Por esto deberíamos usar esa sensación de que nuestros problemas están también al otro lado de las fronteras vecinas. Es el momento de mutar la sensibilidad que nos provocó esta epidemia y utilizarla para ensanchar nuestros límites, al menos económicos, para poder ser una mercado más grande y lograr reactivar nuestras economías con el agrupamiento efectivo, no retórico y enfrentar desafíos inmediatos como la compra de una vacuna contra el Covid-19 o el tránsito de mercancías con novedosos mecanismos comerciales, que permita a nuestros campesinos intercambiar productos que demanda nuestro vecindario.

De pronto en cien años o menos, cuando aparezca un nuevo virus, la comunidad (interna y externa) volverá a aceptar la crisis sin comprometerse con el cambio real ante la vida y la historia dirá, de nuevo, que seguimos como una frustrada posibilidad socioeconómica.

@pedroviverost

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