La tarea de los negociadores

Juan Gabriel Vásquez
27 de junio de 2014 - 04:31 a. m.

El nuestro sigue siendo un país donde, como dice el narrador de una novela, se premia la mediocridad y se asesina la excelencia.

También podría haber ido más allá: se premia la mentira, se premia la calumnia, se premia la trampa. Para la muestra, los millones de votos obtenidos por el expresidente del “todo vale”. Ya a todos se nos olvidaron las acusaciones sin prueba con que Uribe logró ensuciar las elecciones y a sus contendores (aquí se premia la calumnia), y mañana se nos habrá olvidado que un funcionario limpio y honesto se tuvo que ir de su cargo porque lo amenazaron de muerte: aquí se asesina la excelencia. Óscar Iván Zuluaga hizo una campaña oscura, hecha de engaños y rayana en la ilegalidad, pero eso ya se nos olvidó también: ahora nos parece todo un caballero, pues estuvo dispuesto a aceptar una derrota (en las elecciones democráticas más pacíficas y vigiladas de la historia reciente). Tan mal estarán las cosas, que eso es una virtud.

Mientras tanto, los negociadores del Gobierno en La Habana se enfrentan a la tarea más difícil y también más ingrata que ha tenido político alguno en mucho tiempo. Su tarea es difícil por varias razones. La primera es la cantidad de saboteadores que deben esquivar. Los trinos insensatos de Uribe no son los únicos: como en tantas otras cosas, las Farc y él se echan una mano. Cada vez que puede, la guerrilla le recuerda al país entero por qué la desprecia con un desprecio unánime; y así el grupo de Humberto de la Calle tiene que enfrentarse también a la brutalidad y el cinismo con que las Farc desbaratan cada paso adelante que se da. La segunda razón es fácil de identificar pero casi imposible de resolver: los problemas de comunicación. Los negociadores del Gobierno saben que no han sido demasiado afortunados a la hora de comunicar a la opinión pública —a esa masa informe y caprichosa que llamamos opinión pública— los logros de la mesa. Pero también saben que una comunicación exitosa resulta virtualmente imposible en un país donde el ciudadano es, casi por principio, perezoso, supersticioso y poco informado.

Lo que quiero decir es que en este país es mucho más fácil desinformar en 140 caracteres que informar en dos párrafos, por no decir en varias páginas. Es más fácil y más eficaz, y contra eso no hay remedio: porque el ciudadano es perezoso, y como es perezoso está poco informado, y como está poco informado, recurre a la superstición. El equipo negociador ha venido mandando al mundo esos cuadernillos que ustedes tal vez recuerdan, en donde se detalla en decenas de páginas a doble columna el desarrollo de la mesa de conversaciones; durante la última campaña, me entretuve constatando que ninguno de mis conocidos zuluaguistas los había leído, y en cambio todos podían repetir (y creer sin el más mínimo cuestionamiento) las calumnias, las mentiras, las simplificaciones groseras y las distorsiones deliberadas que ha perpetrado el Twitter de Uribe.

El equipo de Humberto de la Calle se ha enfrentado a enemigos sin cuento y sigue adelante con una sensatez y una prudencia que no son frecuentes en la política colombiana. Se están jugando mucho en sus vidas privadas y públicas. A veces se me ocurre que podríamos manifestarles nuestro respeto.

 

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