La tensión entre Bolívar y Santander sigue marcando la política colombiana

Alvaro Forero Tascón
26 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

Al menos en los bicentenarios se debe tratar de entender el presente mirando de dónde vino, a pesar de que los poderes de la época promuevan “el fin de la historia”, como sostiene el historiador Antonio Annino.

Una de las improntas de la vida colombiana es la tensión sobre la concepción del Estado y la política entre Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander. Más allá de la competencia universal entre la concepción autoritaria y la democrática, la tensión entre los dos estadistas que moldearon la nueva República ha marcado la dinámica de la política colombiana durante dos siglos.

En pocos momentos, como ahora, esa tensión entre autoridad e instituciones ha marcado la política nacional. Detrás de lo que se llama polarización hay una puja entre una concepción caudillista, con fines autoritarios y métodos populistas, y una concepción institucionalista, con fines democráticos y métodos clientelistas. De corte bolivariana la primera, santanderista la segunda.

El siglo XXI representó el resurgimiento del ímpetu de Bolívar, no solo en Venezuela, también en Colombia. Luego de una segunda mitad del siglo XX marcada por la solución santanderista del Frente Nacional, que nos evitó el contagio del autoritarismo y el populismo latinoamericanos, la crisis de seguridad del cambio de siglo trajo el caudillismo conservador. Pero no una copia trasnochada del autoritarismo militarista del siglo anterior en América Latina, sino una versión actualizada que inauguró el modelo del populismo de derecha moderno que hoy recorre el mundo. Su importancia radicó en que, copiando la base del fujimorismo, avanzó hacia el respeto formal de la democracia, a lo que contribuyó la tradicional tensión Bolívar/Santander de la democracia colombiana.

Mientras Fujimori cerró el Congreso peruano, como cualquier dictador del siglo XX, luego de la pérdida del referendo caudillista de 2003 las instituciones colombianas obligaron a Álvaro Uribe a respetarlas y le impidieron perpetuarse en el poder. Al autoritarismo de Pinochet, Fujimori le agregó el populismo, y al populismo autoritario de Fujimori, Uribe le agregó el combate a las instituciones sin destruir la democracia. Otro visionario del populismo moderno, Rupert Murdoch, quien desde Fox News le abrió el camino a Donald Trump, entendió que en un pequeño país suramericano había un laboratorio interesante de populismo de derecha moderno e invitó al expresidente Álvaro Uribe a ser parte de la junta directiva mundial de su holding News Corp.

Por esa tensión entre lo bolivariano y lo santanderista propia del sistema político colombiano, el uribismo no ha podido cambiar las instituciones de corte liberal desde la Constitución de 1991, a pesar de que logró cambiar la cultura política. Y de esa tensión surgió el modelo de populismo de derecha moderno. Pero la lección del laboratorio colombiano es que el populismo de derecha genera como reacción el de izquierda, y que evoluciona derrumbando la frontera entre la oferta de autoridad y la económica. Así como la pérdida del temor al ascenso del comunismo permitió los excesos conservadores que ya van en populismo degradado, éste puede engendrar el regreso de la izquierda por vía de legitimar el populismo.

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