La tragedia y la fruta

Javier Ortiz Cassiani
08 de septiembre de 2018 - 04:30 p. m.

Alexander von Humboldt dijo a principios del siglo XIX que el banano —o la musa paradisiaca— era un patrocinador de la ociosidad de la gente del campo en América, porque con lo que producía una sola mata se alimentaban hasta 25 personas. Desde entonces, hizo carrera la imagen del banano asociada a la vida de retiro salvaje y feliz de gente en el monte que sólo precisaba de unas cuantas plantas de plátano y de pescado sacado de los abundantes ríos y ciénagas para estar satisfecha con la vida. Humboldt no imaginó la dimensión que alcanzaría la producción de banano a nivel capitalista y su capacidad para subsidiar el conflicto. Un siglo después de las afirmaciones del prusiano, lejos de todo ese imaginario de barbarie dichosa y holgazana, a este lado del mundo la musa paradisiaca había instalado el apocalipsis.

Aunque en Colombia ya se nos olvidó que hasta hace poco años en Urabá se contaban cadáveres por racimos, la posibilidad de reapertura del proceso judicial contra la multinacional bananera Chiquita Brands por patrocinar el proyecto paramilitar de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá entre 1997 y 2004 nos recuerda la historia de la tragedia y la fruta. Los orígenes de Chiquita se remontan a finales del siglo XIX, cuando los empresarios bostonianos llenaron a América de banano y de ferrocarriles. Al departamento del Magdalena llegó la United Fruit Company, definió la identidad de esa zona y estableció el ritmo económico de la región. También instaló una paradoja capitalista: la urgente necesidad de mano de obra no atávica, educada para los ritmos de la producción capitalista, moderna, pero con la sumisión y el orden propio de la tradición que la hiciera refractaria a las formas modernas de reivindicación social y laboral. La cosa no resultó así, y a mediados del siglo XX, perseguida por una romería de fantasmas de personas masacradas, en cuyo número la nación todavía no se pone de acuerdo, la United se fue definitivamente del Magdalena.

En 1960 empezaron operaciones en Urabá y en 1970, fusionados con la AMK-John Morrell, comenzaron a llamarse United Brands Company. Este nuevo nombre tampoco duró mucho. Una década después, a principios de los años 80, apareció Carl Lindner, un empresario formado en la escuela del capitalismo agresivo y pendenciero de los tiempos de la Guerra Fría, quien se convirtió en el más grande accionista de la empresa y cambió su nombre por el de Chiquita Brands. Atrás también habían quedado los fantasmas de los muertos de la zona bananera del Magdalena. Acá se empezaba a fundar otra tragedia. A finales de los años 80 y principios de los 90, mientras movía todos sus contactos para que el gobierno norteamericano castigara a Europa por no abrir los mercados completamente a su producto, Chiquita solucionaba sus conflictos en Urabá patrocinando grupos paramilitares. Así lo admitió en el 2002, un año después de haberse declarado en quiebra.

Sólo entre 1995 y 2004, 4.335 personas fueron asesinadas en Urabá, 1.306 fueron desaparecidas y 1.675 serían desplazadas. Causa escozor pensar que en la construcción de estas cifras de terror participó una empresa que parecía tener el patrocinio a grupos de exterminio dentro de su presupuesto. Ojalá el cultivo a gran escala del banano deje por fin una tradición de casi un siglo de negación e impunidad con la muerte.

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