Sirirí

La trampa

Mario Fernando Prado
14 de junio de 2019 - 05:00 a. m.

Los colombianos estamos cayendo en la trampa que nos han tendido las —esas sí— fuerzas oscuras que buscan enredar y desestabilizar el orden legal, constitucional y jurídico del país.

Los recientes hechos que tienen atrapada a la opinión pública no son aislados. Por el contrario, responden a una bien planeada estrategia que busca desgastarnos en discusiones enervantes, creando ahí sí una polarización en busca de poder pescar en río revuelto.

La tragicomedia de alias Santrich, que no es más que un delincuente y narcoterrorista de la peor calaña, ha conseguido con su cinismo sacar de casillas a los colombianos del común, que no entienden los vericuetos de una justicia parcializada frente a un Estado democrático que debe acatar sus fallos, así no los comparta.

Y mientras nos distraemos con los coroneles semanales, no nos queda tiempo para analizar la labor de un Gobierno que con prisa y sin pausa muestra resultados favorables.

Aquí se montan unos peliculones contra un ministro de Defensa que quiere despertar a unas Fuerzas Armadas que debieron aletargarse en lugar de estar combatiendo a una guerrilla que se desmovilizó a medias y pasó su armamento a unas llamadas disidencias que estaban sembrando millones y millones de matas de coca y de la tal mariguana “medicinal”.

Así las cosas, el otro país, el que labora de sol a sol y se mata por pagar impuestos, no recibe de los medios de comunicación y las redes sociales más que noticias y opiniones de un país descuadernado que va a la deriva y hacia el abismo final.

Esa es la trampa malalechuda contra la que deben rebelarse los colombianos de a pie, a quienes se quiere enredar y manipular, maniobra de la que son cómplices los idiotas útiles de siempre, los huérfanos de poder y los añorantes de las mermeladas.

Exabruptos como que “el azúcar es peor que la coca” y que es preciso reemplazar esta por la otra son parte del libreto indignante que busca “santrichficar” y expandir las mucho más de 200.000 hectáreas que a punta de pala jamás erradicaremos.

 

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