El presidente Iván Duque manifestó hace unos días que la extrema derecha no le perdonaba que hubiera ganado. Antes había dicho que él era de extremo centro, un giro discursivo que no esperaban la mayoría de los analistas políticos. Es cierto que el presidente siempre ha tenido la aspiración de ser conciliador y ha manejado, públicamente, un discurso sobre su supuesto centro político. Pero la práctica es totalmente diferente a sus palabras. Si en algo se ha caracterizado Iván Duque es en gobernar con los principios de la extrema derecha.
Por ejemplo, aprovechó la pandemia para legislar por decreto. Como nunca en la historia de Colombia se expidieron decretos, pero muchos de ellos no tenían nada que ver con la pandemia, como el caso de aquel que creó la famosa hipoteca inversa. Incluso, se promulgaron algunos que debían ser discutidos abiertamente en la sociedad, o cuyos temas no podían ser tratados en un decreto por su importancia y en la vida real debieron ser tramitados en el Congreso de República. Aun así, el gobierno de Duque fue adelante. Como en los peores escenarios que dibuja la filosofía política: la excepción se volvió normalidad.
Por otro lado, el Gobierno nacional presionó para que Arturo Char fuera presidente del Senado y garantizara la virtualidad en la discusión de leyes. Obviamente, este escenario sirvió para todo tipo de arbitrariedades, tal vez la última de ellas fue el Código Electoral. Los tiempos y escenarios de debate y control político fueron borrados con la disculpa de la pandemia. Evidentemente, la coalición de gobierno se prestó para este terrible golpe a la democracia. Otro ejemplo, de esos dramáticos, fueron los debates de control político al ministro de Defensa.
Pero, no contento con ello, el presidente Duque fue más allá, ternó y apoyó a una serie de amigos, exfuncionarios suyos, en cargos de control político. Los presidentes siempre se habían preocupado por nombrar cercanos en esos puestos, pero disimulaban, tenían precaución en aparentar cierta imparcialidad. Esta vez, con Duque, fue diferente. Hizo una terna para la Fiscalía con funcionarios suyos e influenció para que nombraran a uno de sus mejores amigos: Francisco Barbosa. Es amigo personal de Duque, hizo campaña presidencial por él y fue parte de su administración. Luego, el presidente repitió exactamente lo mismo en la Procuraduría, allí hizo hasta lo imposible para que nombraran a una de sus exfuncionarias: Margarita Cabello. De hecho, fue tan evidente que era terna de una persona, que a uno de los ternados le habrían ofrecido que prestara su nombre y a cambio le darían el Ministerio de Justicia. Igual pasó con la Defensoría del Pueblo, nombraron a alguien de la coalición de gobierno, el cuestionado Carlos Camargo. En la Contraloría habían impulsado a Pipe Córdoba, el mismo que en un pronunciamiento sobre Hidroituango no metió a Federico Gutiérrez, a pesar de que fue durante su administración cuando ocurrió el desastre. No se debe olvidar que Federico quiere tener el apoyo del uribismo en la campaña presidencial.
En tercer lugar, la administración Duque se ha caracterizado por abolir o limitar el ejercicio democrático de ciertos derechos. Lo más complejo se vivió el 9 y 10 de septiembre, cuando varias personas habrían sido asesinadas por miembros de la Policía. El presidente no cambió a ningún general, ningún coronel; de hecho, fue y se tomó una foto con una chaqueta de la Policía, que le quedaba grande. Una verdadera bofetada a las víctimas. El mensaje de impunidad fue increíble.