La V de "Santrich" y los verdes

Sergio Ocampo Madrid
17 de junio de 2019 - 05:00 a. m.

La V de la victoria que tanto le gusta mostrar a “Santrich” cuando aparece en público es un torpedo persistente al proceso de aclimatación e incorporación de su grupo en su nuevo escenario político.

La política, como pocas actividades humanas es un arte de maneras, de signos, de pequeñas y grandes señales, de silencios oportunos y dosificación de palabras y gestos. De iconografías y simbolismos. Esa misma V en los dedos de Winston Churchill cuando su isla se veía agobiada por los bombardeos de Hitler, y ya media Europa estaba ocupada, traía un potente mensaje de fe en tiempos oscuros, en los dedos de “Santrich” traduce una afrenta, una dolorosa burla, un provocador “no pudieron conmigo; se las gané”.

Eso, de algún modo, le restó valor a la evidencia feliz de que hubo una institucionalidad, unas reglas del juego, una rama del poder que actuó de modo responsable y correcto cuando lo liberó y le mantuvo su silla en el Capitolio, y terminó empequeñeciendo el mensaje a la opinión al personalismo de un hombre que simplemente les ganó la partida a sus enemigos.  

Es cierto que las Farc están allí para reclamar su derecho a participar, para hacerlo efectivo y ejercerlo. Para retornar. La negativa de cinco décadas a permitírselos derivó en violencia política, en una guerra de baja intensidad que se nos volvió parte del paisaje, pero que se fue degradando hasta confines de horror, sobre todo cuando entraron en escena los paramilitares. Pero también es cierto que después de haber acumulado ese enorme desprestigio, esa mala prensa persistente, toda esa animadversión tan bien ganada, ellos deberían estar compulsivamente preocupados por cada palabra y cada gesto que sale de sus filas.

Son ellos finalmente quienes quieren entrar; son ellos finalmente quienes estuvieron afuera, y cada vez más afuera con esa apuesta delirante y equivocada de apelar solo a la fuerza, en menoscabo de la persuasión, como único camino posible al poder. Son ellos contra quienes, por mezquindad, por cálculos políticos, por estrategias de poder, por miedo, por convicción moral, hay fuerzas muy poderosas con un proyecto centrado en hacer fracasar su retorno.

Todavía resuenan los ecos de aquel desafortunado “Quizás, quizás, quizás”, de hace seis años cuando al mismo “Santrich” se le preguntó en La Habana si su grupo le iba a pedir perdón a las víctimas, y el guerrillero lanzó esas tres palabras, en clave de bolero burlón, que tanto costaron después, y siguen costando.

Algo parecido ocurre cada vez que María Fernanda Cabal abre la boca y manda al infierno a García Márquez, o exige que el Ejército entre a sangre y fuego y después pregunte, o cuando aplaude la invasión militar a Venezuela, y en el Centro Democrático, que en realidad ni es centro ni es democrático pero intenta disfrazarse de eso, rechinan los dientes porque esas declaraciones los ponen de nuevo en los límites más extremos de la ultraderecha.

La política es una disciplina de profundas semióticas, de lo que se dice pero también de lo que se calla; lo que se muestra y se oculta; de los ciclos alternos de notoriedades pero también de invisibilidades. Un arte de milimetrías en los tiempos de actuar y de inmovilizarse, todo en un constante juego de oportunidades en el cual el silencio también puede ser muy inconveniente.

Por eso, y aceptando que la V de “Santrich” desde su curul en el Salón Elíptico es un mal gesto, que resta más de lo que suma, lo de fondo es la terrible sospecha sobre un hombre (y esperemos que no un grupo) que a pesar de la oportunidad histórica le va a seguir apostando a combinar varias formas de lucha, lícitas e ilícitas, y talvez ni siquiera por el lucro individual, sino para sacar adelante un proyecto político. Las Farc ya tuvieron muchos antecedentes de eso.

Guardar silencio cuando la evidencia parece tan contundente y es claro, aunque no sean claras las fechas, que “Santrich” tenía negocios con los carteles de México, guardar silencio y pasar de agache ante su llegada al Congreso era un mal mensaje político. Lo afirmo desde mi postura de seguidor de los verdes. Creo, a pesar de la histeria que se ha desatado por los cartelitos con que lo recibieron las derechas, las ultraderechas y también los centros, que los verdes no podían quedarse callados, así exista una investigación en curso y la Corte deba proferir un fallo en muy poco tiempo.

Ese es el problema del centro. Nadie se aterra porque las izquierdas o las derechas respondan de modo casi mecánico ante una situación que les exija ser solidarias o contradictoras de una postura acorde con sus propias lógicas. Al centro, en cambio, le disparan desde todos los flancos, por declaraciones o por silencios, por calenturas y por tibiezas. Es el inconveniente, aun en el plano físico, de estar en toda la mitad.

Si yo fuera congresista verde, también habría llevado mi cartelito.

 

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