La verdad no tiene futuro

Lorenzo Madrigal
17 de junio de 2019 - 05:00 a. m.

Dice el clásico español: "en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Qué cierto es. Más cuando lo que creemos verdad ya no se usa estudiarlo, sino dejarse llevar por la corriente más seductora o por la avalancha de opiniones ligeras y similares de las redes sociales.

Una mentira de nuestro tiempo, en Colombia, es la aturdidora de la paz que propuso y propulsó el Gobierno de Santos, con aparente buena intención. Se quiso pacificar el país, lo que no se ha logrado, atormentado por una rebelión continuada, que trascendió gobiernos y la que para convertirla en paz, de la noche a la mañana, se la llamó guerra de 50 años. Sea como fuere, apaciguarla y armonizar con ella era algo deseable.

¿Por qué mentira? Porque ese propósito se ató a una política de Gobierno controversial. No se convocó al país o, bueno, sí se lo convocó, pero se le tapó la boca. Se anunció la paz anticipadamente como un hecho a la opinión mundial, haciendo con ello un trabajo de publicidad exitoso, como todo lo que se vende por medio de la propaganda y, por supuesto, caló en el mundo.

La paz fue palabra unívoca, que no admitía discusión alguna, se era amigo o se era enemigo de ella y caer en esta segunda opción equivalía a ser vapuleado como enemigo político y arrastrado por el piso asqueroso de la guerra. Fue una voz política, manipulable, y cuando el Gobierno se vio en apuros para consolidar su propósito, los garantes de izquierda le apresuraron el premio de la paz al gobernante, quien, a su vez, pasó a Constitución sus idearios de mando y en cierta forma prolongó su período de gobierno ya no por cuatro, sino por otros 12 años durante los cuales blindó su obra. Llegado un nuevo gobierno, y con este los que vengan después, quedan atados de pies y manos y solamente podrían zafarse de la coyunda por una reforma sustancial, originada en el constituyente primario.

Por si fuera poco, los pacificadores políticos crearon su propia Comisión de la Verdad no sólo para escudriñar casos puntuales y crímenes ocurridos, sino para igualar responsabilidades entre los defensores del Estado constituido y los insurgentes. Y el fin último será el de una verdad que trascienda los casos particulares y marque lineamientos gruesos de orientación política.

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Buen contrapeso ha significado el nombramiento de Darío Acevedo Carmona para el Centro de Memoria Histórica. Es conocida la orientación de este profesor de ciencias históricas, como también es conocida la tendencia de quienes integran la Comisión de la Verdad. La verdad nunca podrá establecerse, pero unos cuantos sí que podemos reflexionar sobre las maniobras de los políticos que han querido seducirla.

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