Si de verdad se quiere una política sin armas, es necesario que cada bando rechace como ideología una política con armas. Y si se rechaza una política con armas, cada bando debe reconocer que hizo y tal vez sigue haciendo una política con armas.
Antes que la crítica a las armas, hay que hacer la crítica a la idea de la que emana el uso de las armas. Porque el dedo que espicha el gatillo está comandado por la cabeza, y la cabeza obra siguiendo el libreto de unas ideas.
En el larguísimo conflicto armado colombiano se han pactado armisticios, ceses del fuego, acuerdos para finalizar la guerra. Pero ningún jefe político o militar ha abjurado de las ideas que lo llevaron a eliminar al adversario. Ninguno ha castigado a Clausewitz ni a Marx, como motores del exterminio ajeno por causas altruistas.
Por eso se deponen las armas, se les hacen monumentos o contramonumentos, se bautiza de héroes a los soldados, pero no se cauteriza la arteria que sigue botando sangre como espuma. Por eso no tarda en firmarse la paz, cuando caen los primeros muertos y se rearman los sobrevivientes como disidencias.
Esos consecutivos muertos atascan las tumbas NN de los pueblitos perdidos y engruesan los tomos con panegíricos a los prohombres víctimas de magnicidio. Ninguno de los ejércitos se saca de los hombros los fusiles. La sabiduría indica que en este país la guerra siempre sigue a la posguerra.
Vale la pena repetir el gemido de Albert Camus al recordar el alistamiento en alguna de las huestes: “Me decían que eran necesarios unos muertos para llegar a un mundo donde no se mataría”. Esa necesidad de muertos se siembra como dogma en los cerebros y se espesa en los campos como obediencia, sevicia o desquite.
¿Quién mató primero? ¿Qué descubridor, conquistador, general, comandante guerrillero o paramilitar dio la orden inicial, que los demás han tratado de lavar, vengar o superar con una contraorden? Este el asunto que la verdad quiere aclarar y que demorará los años de Matusalén.
Entre tanto es de urgencia parar la hemorragia. Los históricos dueños de todo tendrán que destapar la porquería bajo sus alfombras y admitir que los privilegios están en la base de las guerras y violencias. Antes que destruir las espadas, convendrá quemar las cruces que bendijeron el oprobio y justificaron la aniquilación.
Los también históricos reclamantes de todo han de bajar el volumen al encomio del martirologio y del sacrificio de los compañeros. Convenir que las guerras de liberación han sido factor del desarrollo geométrico en el armamentismo de quienes tienen los millones, la tecnología y el espionaje.
Reflexionar que la vía de las armas ha llevado al infierno que somos, según lo reconoce el jefe de la guerrilla pacificada. Conocer la historia de esa vía: las barbaries del estalinismo, el colapso económico y humano del socialismo realmente existente, el atornillamiento en el poder de los déspotas de izquierda en estos trópicos.
Derecha e izquierda le deben al país un mea culpa hondo. Sin eso, polos seremos y polarizados moriremos.