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La vida, a precio del DANE

Columnistas elespectador.com: Luis Fernando Ospina V.
02 de septiembre de 2020 - 04:10 a. m.

Sálvese quien pueda, pero primero pague la cuenta. En eso quedamos, pero no hay razones para alarmarnos. Acaso ha sido distinto durante décadas en un país donde la vida no vale nada, por lo menos para algunos sectores de nuestra sociedad, adormecida, indolente e insolidaria frente a todas las violencias.

Ahora el menú corre por cuenta del coronavirus y el precio de la vida está en la carta, pero tiene sobrecargo si se piden adiciones. No hablo del gel ni del alcohol ni, menos, del tapabocas. Me refiero a si usted necesitará una UCI en las próximas semanas o tendrá que contratar un cuidador que lo atienda en su propia casa o, en el peor de los casos, cancelar los servicios funerarios por anticipado, porque ahora hay que pagar de contado, así sea con código QR.

Parafraseando a Bill Clinton durante su campaña en 1992, “es la economía, estúpidos” lo que ahora nos gobierna y, en consecuencia, la vida ahora tiene precio, porque ha quedado roto el trajinado dilema de si es la vida o el mercado lo que debe primar. Por supuesto, es el mercado, incluido el que ayudan a mover los cientos de miles de muertos, los enfermos, los confinados y los rebuscadores del día a día.

El DANE nos dijo que el desempleo en las 13 principales ciudades durante julio fue de 24,7 por ciento y el promedio nacional de 20,2 %, pero al mismo tiempo el Gobierno aprueba un préstamo de 370 millones de dólares para que Avianca no tenga que aterrizar de barriga, pese a que hace años no levanta vuelo por razones de su despelotada administración y la voraz ambición de sus accionistas mayoritarios.

Es el mercado, estúpidos, ¿acaso es muy difícil de entender?

De ahí que no nos debe sorprender tampoco que ahora el país entre en una nueva etapa, desbocado y sin frenos, para recuperar lo perdido en términos económicos, pues de los muertos sólo escuchamos las frías cifras que todos los días nos entregan en espacios televisivos de la tarde noche, no sin antes decirnos que todo va a estar bien, porque juntos somos invencibles.

Y no sólo somos invencibles, sino indolentes. La muerte nos volvió tan fríos como las cifras no sólo del DANE, sino de la Fiscalía, de Medicina Legal, de la Unidad de Víctimas, de la JEP, de la Procuraduría, y de todas las ías, porque todas juntas no alcanzan ni para concitar la solidaridad ni la unión de los colombianos en torno a un propósito común como nación.

Hace poco, un amigo de la infancia al que no veía hace rato me preguntó qué estaba haciendo y por qué estaba tan perdido, pero no me dejó ni responderle, pues de inmediato agregó: “vos no apareces ni siquiera en las listas que todos los días publican sobre asesinados, capturados, desaparecidos, corruptos, destituidos, inhabilitados, perfilados, amenazados, exiliados, desempleados, contagiados ni recuperados”.

No creí necesario decirle algo. Prefiero seguir en el anonimato, pero vivo. Total, nada cambiará. Como cualquier mortal, sólo seré una cifra en medio de las cuentas que todos los días cuadran aquellos que, como en los restaurantes, les ponen precio a las vidas de tantos otros que tenemos que pedir a la carta que, por favor, no nos metan en las listas de los pacientes que no entendieron que “es la economía, estúpidos”, la consigna de un país donde el DANE fija la política sanitaria y el Ministerio de Salud hace las veces de Oficina de Estadísticas.

Por Luis Fernando Ospina V.

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