La vida en segundos

Isabel Segovia
02 de mayo de 2018 - 10:30 a. m.

¿Qué haría usted si se ganara un premio que le diera US$86.400 al día, con la condición de tener que gastarlos ese día y de que en cualquier momento se los puedan dejar de pagar? Pues 86.400 segundos tiene un día y cada segundo vale oro, así que ese premio usted ya lo ganó. Esto escribe Marc Levy en su libro Ojalá fuera cierto, y tiene mucha razón.

Como el de muchos, este año llegó con enfermedades de personas queridas, con algunas tristes terminaciones de aquel premio que es la vida, pero también con momentos felices y nuevos integrantes de la familia. Un año con Colombia en paz, algo impensable hace un tiempo, pero en un momento político que, si se vive de cerca, es descorazonador. Con el mundo en permanente convulsión, con guerras como la de Siria que parecen interminables, Trump como presidente de los Estados Unidos después del presidente más progresista que ha tenido ese país, pero también con momentos esperanzadores como el acercamiento de los líderes de las dos Coreas. Y así han transcurrido los 86.400 segundos diarios de los primeros meses del año.

Esta semana, por ejemplo, debido a encuentros muy sentidos, la realidad nacional y mundial pasó lejos de la casa. Las noticias llegaron, pero no se sintieron cercanas. La preocupante: al parecer en este país hay buenos muertos, o mejor, buenos asesinados; la irrelevante: las madres tienen derecho a pensar políticamente distinto a sus hijos y a expresarlo públicamente sin que suceda nada; y la buena: al otro lado, en una esquina del mundo, nació la esperanza de que dos naciones hermanas no tengan como fin aniquilarse mutuamente. En cambio, la realidad cercana sí entró: dos mujeres que admiro y aprecio de verdad me dieron una vez más una lección de vida y me recordaron lo importante que es vivir a plenitud. Ellas llevan varios años batallando contra enfermedades horribles, con valentía, determinación y sobre todo con felicidad. Entienden, como pocos, lo que verdaderamente significa el premio de la vida.

La vida sin duda está llena de dificultades, para algunos más que para otros, pero en la adversidad sí que aplica la relatividad. En un país y en un mundo injustos, no somos muchos los que contamos con el privilegio de poder gozárnosla; por eso, cuando se puede, es casi una obligación. Los que tenemos esa fortuna debemos hacerlo con responsabilidad y madurez, compartiendo alegrías y contribuyendo a que en nuestro entorno se genere un ambiente de felicidad propicio para el aprendizaje y la creación.

Aunque parezca absurdo, se nos olvida ser felices. El mundo, sus noticias y las dificultades diarias nos apabullan. La posibilidad de compartir las emociones de manera permanente, no solo con personas cercanas, sino con completos extraños, contribuye al abrume emocional y claro está que son más contagiosos el odio, la tristeza y el miedo, que el amor, la felicidad y la seguridad. En una sociedad emocional como la nuestra, esto es muy peligroso. Le tengo fe a la genialidad de la humanidad y a la capacidad de los hombres de vencer la adversidad. Por eso creo más en Carolina y Ángela que en la enfermedad, en los colombianos motivados por la sensatez y la calma y no por el odio y el miedo, y en la cordura de las sociedades que en la locura de los líderes que a veces padecemos.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar