La vida social del deportista

Tatiana Acevedo Guerrero
29 de abril de 2017 - 04:38 a. m.

Era mediados de los años 30 y la  prensa anunciaba la final del campeonato de dobles masculinos organizado por “Don Jorge Wills Pradilla”. Al día siguiente la misma página promovía la final del campeonato de Golf Bogotano en El Country, antecedida de un almuerzo de entrada restringida con lo “más exclusivo de la sociedad”. También hacía noticia “la temporada de pelota Vasca” con jugadores venidos de Europa, que lo describieron como “el deporte más viril. El más noble, más bello”. Unas páginas más estaban consagradas a otros deportes. En el camino de la urbanización de Bogotá se publicaron quejas de vecinos sobre los totes que anuncian la “mecha” en el tejo. Se habló también de la urgencia de construir parques, para que “los obreros y sus hijos vean la luz (…) lleven a cabo campeonatos de fútbol, ocupen su tiempo libre de manera positiva y sueñen con un futuro sano”.

Fue quizás en estas canchas, en estos barrios de interés social de primera mitad del siglo 20, en donde empezó a pensarse en el deporte como profesión. Las historias varían harto dependiendo de la región y la ciudad. La profesora Íngrid Johana Bolívar nos ha explicado cómo en Antioquia, por ejemplo, el fútbol profesional se hizo campo entre el fútbol practicado por obreros dentro del marco de su trabajo en las industrias. Carlos J. Echavarría, alto mando de la textilera Coltejer, fue uno de los personajes que defendió la existencia de equipos en el interior de las fábricas, resaltando la importancia, para el jugador, de contar con un trabajo fijo respetable como obrero (y de contar con prestaciones, viviendas de interés social y cierto prestigio social). Mientras el fútbol como actividad complementaria, practicado por obreros sensatos (y agradecidos) era visto con simpatía, el fútbol profesional, de tiempo completo, era considerado poco productivo, inestable e indecente. Las industrias estaban dispuestas a apoyar sin reservas a sus obreros en viajes y campeonatos nacionales, siempre y cuando estas participaciones no representaran ninguna altanería ni cambio en las condiciones más generales del trabajo y de la organización de la ciudad.

Para entonces Medellín crecía y al hacerse ciudad más maciza, se hacían pulpitas las desigualdades entre unos y otros barrios. El trabajo de la profesora Bolívar resalta las palabras del también profesor y futbolista Humberto Tucho Ortiz, quien se refiere a los roces propios de la ciudad, que entonces cristalizaron en la cancha y en las declaraciones de los futbolistas y que hicieron de los partidos un “fenómeno social muy dinámico, pues los chicos de clase media y media alta eran mirados con recelo por la clase oprimida en Medellín (…)”. Se dijo en su momento: “Esos chicos de las montañas miran con recelo para abajo (…) El fútbol no se puede marginar de la lucha social”.

A lo largo de los 50 y 60 se acabaron de organizar ligas departamentales y equipos locales. Desde entonces, casi que como legado de los días de Echavarría, el país les ha pedido a los futbolistas, ciclistas, nadadores, boxeadores y levantadores de pesas que se concentren sólo en ganar y que se porten “agradecidos” y “juiciosos”. Algunos directivos y activistas han desafiado esta tendencia, pero en general las grandes lumbreras del periodismo deportivo (desde el venerado doctor Peláez hasta otros, como Vélez y Mejía) han ignorado o ridiculizado a los deportistas que se han atrevido a denunciar injusticias salariales, corrupciones y racismos.

Desde Alejandro Brand, pasando por los hermanos Campaz, Cecilia Chechi Baena, Caterine Ibargüen y Nairo Quintana, muchos deportistas seguirán desafiando la doctrina Echavarría, pues el papel del deportista está trenzado con el contexto en que crece y se entrena día a día. Y como dice algún grafiti, “Todos los movimientos son en resistencia”.

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