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La visita de Uribe a Washington

Arlene B. Tickner
24 de septiembre de 2008 - 01:56 a. m.

La semana pasada una delegación de unos 120 colombianos(as), incluyendo funcionarios oficiales, representantes del sector privado, sindicalistas, reinsertados, indígenas, campesinos y afrodescendientes arribó a Washington con el propósito de salvar al TLC.

Este esfuerzo fue seguido por la visita de Álvaro Uribe, quien abandonó sus planes de darle un empujón final al tema luego de darse cuenta de que ello podría ser contraproducente, dado el clima político actual en Estados Unidos. En su lugar, el mandatario realizó una última visita a su amigo George Bush, no sin antes anunciar –casi por arte de magia– que había sostenido una conversación “constructiva” con Barack Obama por teléfono.

Si sumamos los costos de la toma washingtoniana  –los cuales podrían ascender a más de US$250.000– con los viajes que Colombia ha financiado este año a medio centenar de congresistas para mostrarles el país “verdadero”, las repetidas visitas al norte del presidente Uribe, el millón de dólares, aproximadamente, que se ha invertido en la contratación de firmas estadounidenses de lobby y las alianzas que se han establecido con empresas como Walmart, Caterpillar y Citigroup para que ejerzan presión ante el Legislativo, es claro que se trata del esfuerzo más intenso de lobby en la historia diplomática de Colombia.

La apuesta del gobierno Uribe es fácil de entender. Ha identificado la aprobación del TLC como una de sus prioridades y no puede dejar pasar la última oportunidad de 2008 para buscar su ratificación, por más improbable que sea. Además, el pronto vencimiento de las preferencias arancelarias que recibe Colombia por medio del Atpdea pone al país en riesgo de quedarse sin el pan ni el queso.

Aunque es posible que el Congreso estadounidense sesione entre las elecciones del 4 de noviembre y enero –período en el cual se aspira a que el TLC deje de ser objeto de disputa entre los dos partidos– es factible que los demócratas sigan exigiendo una serie de medidas de protección a los trabajadores domésticos como condición inamovible para aprobarlo. A pesar de que, irónicamente, el tratado tendría mejores chances de aprobarse si ganara Obama –la presión para que los sindicatos y el Congreso trabajaran con él sería mayor– el candidato ha dicho que no se siente cómodo aun con el TLC con Colombia, dada la violencia contra los sindicalistas –que está en aumento– y la falta de protección de sus derechos.

La crisis reciente de Bolivia y más aún, las tensiones diplomáticas de ese país y de Venezuela con E.U. podrían jugar a favor del Gobierno colombiano al subrayar su condición de aliado incondicional. Sin embargo, la necesidad de contar con un amigo fiel en Suramérica riñe con las denuncias sobre la parapolítica, el desmoronamiento institucional, los asesinatos extrajudiciales y la impunidad. La estrategia de Colombia tiene más incógnitas que certezas. No sólo puede ser inoportuna y costosa sino que confirma la obsesión miope con Estados Unidos.

*Profesora Titular. Departamento de Ciencia Política. Universidad de los Andes.

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