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"La Voz" (sin lamentaciones)

Tulio Elí Chinchilla
23 de febrero de 2012 - 11:00 p. m.

"Un ángel", fue la expresión más utilizada durante el ritual de despedida de Whitney Houston, como si un querubín retornara al cielo.

Es natural inferir hipótesis sociológicas, enseñanzas vitales y moralejas de esta partida, pero ni la forma de vivir de “la Voz” (como se la llamaba para realzar la perfección de su canto) ni su particular manera de encontrar el final, autorizan panegíricos lastimeros o lamentaciones moralizantes.

Es el prodigio de su canto —más el desbordante encanto de su belleza— lo que merece la total celebración. Los humanos, ansiosos de goce espiritual y estético refinado, hemos sido generosamente premiados con su existencia. Esa voz, que se erige en el más hermoso instrumento musical, que pasa de la dulzura de la flauta al delicado exotismo del oboe para mutarse luego a la sensualidad del saxofón y finalmente elevarse con la fuerza de la trompeta, merece festejo como obsequio divino.

En cuanto a lo demás, cada cual hace de su capa un sayo, como dice el proverbio español. Adentrarse en el por qué la vida de los ricos y famosos es tan desastrada y llena de vacíos atormentadores; culpar a la presión social y comercial extrema que gravita sobre los triunfadores y los torna infelices; acusar a los fans de ser los verdugos de estas vidas surcadas por la tragedia (Andrés Hoyos, El Espectador, 14 de febrero de 2012), son ejercicios interesantes y plausibles, dan consuelo en la perplejidad y el desconcierto. Pero, tal vez, nunca develaremos el misterio de seres tan maravillosos como Édith Piaf, María Callas, Janis Joplin y muchos más; nunca seremos capaces de radiografiar su alma y juzgar su “extraña forma de vida” (como dice el fado portugués); nunca sabremos qué tan felices o desgraciados fueron en verdad.

Alguna diva estadounidense (de gustos palaciegos) dijo: “si los famosos lleváramos una existencia normal y sin extravagancias, nadie se fijaría en nosotros”. Frívola explicación que repugna ser aplicada a “la Voz”. De Whitney Houston celebremos la bienandanza de una niñez ligada al coro góspel de la iglesia bautista que forjó su técnica y su sensibilidad para cantar con sentimiento religioso. Exultémonos escuchando mil veces I will always love you, cenit de su carrera y tema musical de la película comercial El guardaespaldas (con sólo tres notas, la coda de esta canción asciende a lo sublime). Y aunque esta cinta es bastante insulsa, guarda el mérito de que en ella Whitney venció resistencias racistas para ser seleccionada como protagonista (¿un Kevin Costner al servicio de una cantante morena?).

Celebrar a “la Voz” nos lleva a rebuscar sus canciones anteriores y posteriores a ese feliz 1992. Entonces su particular interpretación del himno estadounidense como una balada pop nos hará olvidar, siquiera por un momento, que la nación no pasa de ser más que un mito. Y su personalísima manera de cantar I have nothing nos dejará este significativo mensaje: “Share my life, take me for what I am/ Cause I’ll never change all my colours for you”.

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