Lo divino y lo humano

La vuelta al mundo

Lisandro Duque Naranjo
08 de julio de 2019 - 05:00 a. m.

El fin del Homo Soviéticus fue el libro que publicó Svetlana Aleksiévich en 2013, dos años antes de ganarse el Premio Nobel, en 2015. Uno de sus personajes, Yelena Yurievna, evocando el derrumbe de la URSS en 1991, dice: “creíamos que viviríamos como los estadounidenses o los alemanes, pero ahora vivimos como los colombianos. Somos los perdedores” (Editorial Acantilado, pág. 86).

La entrevista de la escritora a la señora Yurievna debió hacerse en la primera década de este siglo, cuando las referencias sobre Colombia, en Rusia y por supuesto que en otros países, nos mostraban como unos perdedores, algo así como gente sufrida, a causa de la guerra, el narcotráfico y sucesivos gobiernos despóticos y frívolos. Teniendo tanta credibilidad esa escritora en Rusia, es de suponer que cuando, con motivo del pasado Mundial de Fútbol, los colombianos que acompañaban a la selección llegaron a las ciudades, los rusos se sorprendieron de lo diferentes que lucían respecto de la imagen que tenían de ellos, como si se los hubieran cambiado. En efecto, en esa tanda turística que llegó a la estepa, no había gente que pudiera confundirse con “perdedores” propiamente dichos, pues se veían muy eufóricos y alentados, aunque esa estampa triunfal era sospechosa y dejaba mucho qué desear: por la forma como se emborrachaban, que ni en el país de los cosacos se había visto igual. Por las broncas que armaban en los estadios, que hacían de los hooligans unos muchachitos de primera comunión. Y quizá lo peor: por aquellas rumbas bastante movidas a 10.000 metros de altura entre una sede y la otra donde le tocara jugar a nuestra gloriosa tricolor. Aquí habrá que decir, canónicamente, que no todos los paisanos se comportaban así, y ni siquiera la mayoría; que conste. Otra cosa es que dos borrachos no permitan notar la cordura de ocho juiciosos.

El hecho es que no era a esta generación de colombianos a la que se refería Svetlana Aleksiévich. En las décadas de los 80 y los 90 eran otros los que andaban por Europa, no incluyendo a los escasos turistas de por estos lados. Eran rebuscadores de refugio y solidaridad, a los que había sacado de acá la urgencia de salvar la vida. Por entonces, las figuras icónicas que habían trascendido las fronteras eran Pablo Escobar y Gabriel García Márquez. Otro que también emocionaba era Manuel Marulanda, por lo selvático, pues en realidad en Europa no hay manigua, sino bosques tipo Hansel y Gretel. Y pare de contar, pues globalización no había, a diferencia de ahora, cuando al colombiano viajero le preguntan por Catherine Ibargüen, James, Nairo Quintana —amén de por diez ciclistas más—, Shakira, Carlos Vives, Doris Salcedo, Ciro Guerra y creo que me faltan datos de otros municipios.

El hecho es que ahora, cuando el mundo se volvió un verdadero pañuelo, se nota más Colombia por fuera, razón por la que no entiendo que con tanto ir y volver, ya no hacia los destinos clásicos: Francia, Italia, España, EE. UU., que son de lavar y planchar, sino a lugares otrora exóticos: China, Rusia, India, Turquía (a este último país están yendo muchos colombianos a causa del boom de la telenovela El sultán), el planeta no se note suficientemente aquí. Espero que sea apenas una impresión equivocada de parte mía, o que la tierra va a resultar siendo redonda por lo que recorriéndola completa se vuelve siempre a lo mismo.

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