La xenofobia también puede ser contra usted

Pedro Viveros
25 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

Hace 7.000 años el emperador chino Wu de la dinastía Han pensó en iniciar una ruta que comunicara su reino con la tierra de los bárbaros. Siglos después lo que fue en el paleolítico un sueño, se convertiría en realidad por la fascinación que una fibra natural produjo en las esposas de los aristócratas romanos: la seda. Este tejido reservado a las túnicas o vestidos de la  familia imperial china, se convirtió en el secreto mejor guardado y codiciado de la época. Ese misterio produciría uno de los avances más interesantes de la humanidad: una ruta.

El geógrafo alemán Ferdinad Freiherr Von Ricthoten bautizó el camino que además llevaría piedras preciosas, especies, lana, vidrio, porcelanas y otros elementos de alta demanda en el imperio romano, como la ruta de la seda. Esta comunicación ininterrumpida entre Mongolia, China, Pakistán, Uzbekistán, Turquía, Egipto y Rusia iniciado el siglo I A.C. permitió que los enigmas orientales y occidentales se tradujeran en enseñanzas primero comerciales, luego sociales, políticas y culturales.

En la actualidad existe una enorme expectativa por el resultado que tenga  lo que desde 2013 el líder chino Xi Jinping llama “un cinturón, una ruta” que tiene como objetivo utilizar esos antiguos recorridos terrestres y marítimos para ampliar su poderío económico y político. La verdad es que más que una amenaza parece la búsqueda de un sello laudatorio de una vieja idea por resarcir lo perdido 300 años antes de la revolución industrial según sus propios académicos.

Este tipo de mega política de infraestructura global genera para unos temores y para otros oportunidades y buenas noticias. No con el ánimo de demeritar esta reconquista China, pero el mundo tiene varias vías semejantes. Por ejemplo, la expansión del comunismo, la frustrada idea de Simón Bolívar de unir desde Panamá hasta Bolivia una sola nación o la en estos momentos fracturada Unión Europea. Pero también está  lo que  permitió en 1852, gracias al descubrimiento de la gutapercha, que la Submarine Telegraph Co  extendiera el primer cable submarino que uniría el Reino Unido y Francia. El viaje de transatlántico de  Charles Lindbergh en el “Spirit of St Louis”. En la lista podríamos incluir además el descubrimiento de América,  la primera llamada telefónica transcontinental en 1927 y los guayos que usa Lionel Messi en un juego de fútbol que producen una cadena de eslabones planetarios lo que permite dejar huellas deportivas. ¿Itinerarios contemporáneos del tejido ancestral de oriente? 

Hoy se hace muy difícil imaginar una sociedad orbital sin interconexiones permanentes, casi instantáneas. Una humanidad que vive la época menos violenta de toda su evolución, pero en la que una bala asesina provoca reacciones antes inimaginables. Es la visión de una comunidad con ojos enfocados en cada paso que damos en este camino global que hacemos los mortales. Desde que Vitus Bering en 1728 descubrió el estrecho que lleva su apellido y por donde pasaron los primeros paleoamericanos a nuestro continente, las corrientes migratorias no se detendrán a pesar de esos muros que propone  Donald Trump para detener la llegada de suramericanos a los Estados Unidos o la idea que comienza a surgir en Colombia de poner coto a la llegada de venezolanos por medio de una tapia (no creo que los recursos alcancen para una construcción al estilo trumpista) para frenar el ingreso de los vecinos.  Esa transculturización la heredamos, entre otras razones por culpa del  “tapado”  de una tela  en la recóndita china usada por primera vez por la esposa de un héroe cultural de esos tiempos.

La xenofobia no va a detener la autopista virtuosa del ostracismo que sufren millones de habitantes de este globo. En la actualidad y a través de una pantalla de un celular entra la vida de seres que deambulan sin rumbo y el portador de ese smartphone  es consciente de que mañana quien flanea puede ser él.    

@pedroviverost

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