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Lamento en Buritaca

Ignacio Zuleta Ll.
16 de diciembre de 2013 - 11:00 p. m.

Las playas entre los ríos Palomino y Buritaca siguen siendo salvajes y preciosas.

En cada una de esas desembocaduras de los ríos que bajan de la Sierra a un mar bravo y de corrientes hoscas, se produce una danza de las aguas, un connubio, un juego de belleza indescriptible en el que el río que parece llegar con poco ímpetu, se adentra con maña y con paciencia hasta depositar en el océano lo que trae de líquido y de sólido. El mar le ruge, pero lo deja entrar. Los peces de agua dulce se resisten al flujo y remontan la corriente con esfuerzo. La multitud de pájaros contempla el espectáculo.

Las desembocaduras son lugares de encuentro de muchos elementos que aquí vienen cargados con la energía de los picos nevados, las selvas y el agua oxigenada por las piedras; pero esto sucederá mientras dure el agua, pues los hermanos mayores ya lloran la desaparición de los nevados, y se preparan para vivir en el anunciado desierto que vendrá. Por el momento la exuberancia engaña; parecería indestructible y para siempre.

Pero se ciernen asomos del futuro. En el paseo a la desembocadura del río grande, sobre la playa prístina, vimos cómo los lancheros locales que bajan del tugurio sobre el Palomino a orillas de la carretera, hacen paseos de olla con turismo local o regional. En un día, los románticos viajeros encontramos que la ignorancia de los visitantes ya había dejado el equivalente a tres costales enormes de residuos de icopor y latas y botellas de plástico con tapas de las que se atragantan en la garganta del pelícano. ¡Increíble!, dice uno. ¡En semejante paraíso tamaña cagá! Y que ni siquiera se les ocurra llevarse de vuelta la basura del piquete, es algo que muestra la dimensión del atraso evolutivo de nuestro pobre pueblo apaleado por sus amos hasta volverlo idiota. Como el presupuesto de la educación de la Guajira se lo roban todo, un caballerito de la zona que ronde por los veinte, a duras penas lee y a peores escribe. Lo confirma la vergüenza de las pruebas Pisa.

En estas playas florecen los hostales con cierta conciencia del entorno. Está la ecoposada del suizo soñador, por ejemplo, que logra producir “fruver” orgánicas en las tierras arenosas de cerca de la playa. Allí van pelechando a la sombra del icaco, las ahuyamas, las patillas, las hierbas aromáticas, las zanahorias y los calabacines. Hay guardianes bien intencionados de la zona, y hay también mucha rabia con las fumigaciones de los bananeros que, estando a pocos metros, alcanzan a envenenar lo que con tanto esmero se procura limpio. Pero hay otros guardianes, los de “ellos”, paracos entrenados para intimidar y extorsionar a todo el que se salga de su esquema de perros del establecimiento inmemorial, llámese bananas, carbón, coca o política regional, todas industrias rentables hoy en día.

Mientras tanto, los líderes indígenas luchan por recobrar sus territorios ancestrales del Tayrona, con la angustia de ver que los más jóvenes ruedan borrachos de alcohol y desespero, cuesta abajo por las laderas sagradas de la Sierra. Nada más triste. Nada. Pero puede cambiar.

 

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