Larga vida a los borrachos

Claudia Morales
14 de septiembre de 2018 - 09:55 a. m.

El Instituto Nacional de Abuso contra las Drogas de los Estados Unidos (NIH por sus siglas en inglés) dice: “El consumo excesivo de alcohol puede aumentar el riesgo de un ataque al corazón, cáncer, enfermedades del hígado y otras enfermedades. Las personas pueden olvidarse de usar condones cuando están bajo sus efectos y tener relaciones sexuales sin protección, poniéndolas en riesgo de contraer el VIH/SIDA y hepatitis”.

Menciona también los daños que una mujer embarazada que consume alcohol puede causarle a su bebé, como “deficiencia mental”, entre otros, y recuerda que como resultado de las borracheras, ocurren el “60 % de las quemaduras, ahogamientos fatales y asesinatos, el 50 % de las lesiones graves y las agresiones sexuales y el 40 % de los accidentes vehiculares, caídas fatales y suicidios”.

Guarden estos datos un momento.

Hace unos días pasé un fin de semana en un hotel con mi familia. Allí estaba un grupo de adultos que bordeaba los 50, casi todos estaban tomando licor y, al igual que nosotros, disfrutaban del buen sol en la piscina. Dos de los hombres, siendo las 11 de la mañana, ya presentaban signos de estupidez, perdón, de embriaguez. Entraron al agua con sus traguitos en vasos de vidrio y decían cosas “superchistosas”. Uno de ellos llamaba en voz alta a su pareja: “Mamita, venga. Mamita, venga pa’ acá. Si no viene me saco el pipí”.

Los amigos de los hombres que hacían el ridículo y la pareja a la que llamaba “mamita” uno de los borrachos reían o miraban para otro lado. Claro, es que vender y consumir licor, piensan muchos, es legal y no tendríamos por qué escandalizarnos. O si no, repasemos lo que tantas veces hemos visto cuando nos congregamos alrededor del fútbol, o en el Día de la Madre, la Navidad, Año Nuevo, los cumpleaños, bautizos, primeras comuniones, matrimonios y en un largo etcétera de celebraciones: el licor y sus resultados están siempre presentes y sin tapujos frente a la sociedad.

Hay un discurso con el que pretenden acabar la reflexión sobre el consumo de licor, que apunta a que somos idiotas quienes creemos que ese hace más daño que los estupefacientes. Y no, creo que es inútil medir el nivel de trastorno cuando sabemos que, en extremo y de forma habitual, destruyen por igual. Las evidencias médicas lo demuestran.

La legalidad del licor lo que hace esencialmente es evitar que haya delincuentes jugando con la vida de menores y adultos y que los niveles de corrupción no sean tan escandalosos como los que conocemos por cuenta del narcotráfico. No seamos ingenuos: de poco sirve esa cantidad altísima de conservadurismo e hipocresía para perseguir a quienes llevan dosis mínima, que además es legal, mientras aplaudimos a los borrachos que quieren sacarse el pipí y arruinar familias. ¿Doble rasero? Claro que sí.

Continuemos el debate sobre corrupción, narcotráfico y erradicación, pero también hablemos de salud mental, de los vicios y del rol que tiene que asumir la familia y no el bolillo del policía. La vía fácil y que da titulares es la de la represión, la más compleja y costosa es la creación de verdaderas políticas de salud pública. A capos y jíbaros se les debe estar haciendo agua la boca con el manjar de plata que les va a entrar gracias al alza del precio de sus porquerías. Y mientras tanto, los adictos peor de jodidos. Pero, tranquilos, siempre queda un traguito para pasar la pena.

@ClaMoralesM

*Periodista.

 

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