Las brujas somos nosotras

Catalina Ruiz-Navarro
22 de marzo de 2018 - 03:00 a. m.

Varios señores intelectuales respetados, como Mario Vargas Llosa y Antonio Caballero, han llegado, curiosamente, a una misma idea sobre el movimiento #MeToo: es una cacería de brujas. En su más reciente columna en El País, Vargas Llosa denuncia a “las feministas extremas” (es decir, las feministas que no le gustan) por montar una “nueva Inquisición” con censura de libros incluida. La columna va acompañada de una ilustración en donde lobas hambrientas (es decir, las feministas) prenden fuego a unos libros. Sin embargo, el nobel no cita ningún libro puntual que haya sido censurado o quemado, básicamente porque eso no ha pasado en la realidad. Lo que pasa es que la crítica feminista se extiende a todo, inclusive a nuestra literatura, dominada por señores que no entienden que uno pueda valorar la prosa de Nabokov y a la vez entender que Lolita no es una pícara seductora irresistible, sino una niña que es repetidamente violada por un hombre mayor. Sorprende que un hombre reverenciado por su inteligencia como Vargas Llosa no pueda entender que criticar es exactamente lo opuesto a censurar: criticar es ejercer el derecho a la libre expresión.

Además de la falacia de la censura hay algo verdaderamente indignante: estos señores se están apropiando descaradamente de un término que no les corresponde. Dicen que las acusaciones por violación y acoso son una “nueva Inquisición” o una “cacería de brujas”, queriendo decir que las acusaciones son arbitrarias e imposibles de probar, y que “los hombres” están siendo “injustamente perseguidos”. Estos grandes intelectuales no saben —o no quieren ver— que son ellos precisamente los herederos del legado de los inquisidores y que, como explica la economista feminista Silvia Federici, “la caza de brujas fue una guerra contra las mujeres, un intento coordinado de degradarlas, demonizarlas y destruir su poder social”.

La cacería de brujas en Europa duró dos siglos y masacró a cientos de miles de mujeres campesinas (se calcula que al menos hubo 200.000 acusaciones, muchas de las cuales terminaron en ejecuciones y torturas). La mayoría de las personas cree que esto ocurrió gracias al “fanatismo y la irracionalidad de la Edad Media”, pero la verdad es que para argumentar “en contra de la magia” de esa manera es necesario ser un devoto de “la Razón”. Los juicios de brujas comenzaron a mediados del siglo XV y son un invento del Renacimiento que continuó en la Ilustración. Para que esto fuera un fenómeno masivo fue necesaria una vasta organización y administración oficial y un proceso de adoctrinamiento sostenido a la población que aprovechó la imprenta para viralizarse. Los jueces eran hombres, con poder, apoyados por los intelectuales de mayor prestigio de la época (cof, cof) como Thomas Hobbes o Jean Bodin, y miembros acaudalados de la sociedad. Las víctimas fueron en su mayoría mujeres pobres, campesinas, con conocimientos médicos y ginecológicos. Federici dice que “la bruja era también la mujer rebelde que contestaba, discutía, insultaba y no lloraba bajo tortura”. Las acusadas eran “desnudadas y afeitadas completamente, después eran pinchadas con largas agujas en todo el cuerpo incluidas sus vaginas. [...] Con frecuencia eran violadas, [...] sentadas en sillas de hierro bajo las cuales se encendía fuego; sus huesos eran quebrados”.

Detallo las torturas porque no conozco ningún hombre que, acusado de malas conductas sexuales, haya sido quemado vivo ni nada por el estilo. Trump es presidente de los Estados Unidos. Los hombres no están bajo ataque. Simplemente, por fin, por primera vez de forma masiva, las mujeres estamos pidiendo que se hagan cargo de sus actos y de las violencias que, sabiéndolo o no, han ejercido contra nosotras gracias a una desigualdad de poder (que en parte se construyó gracias a la cacería de brujas). Si se sienten amenazados quizás es porque les cae el guante y, con eso en mente, ver cómo desestiman las denuncias de #MeToo es bastante aterrador. En cambio, en varias regiones de África y hasta en Colombia aún se queman mujeres por ser acusadas de brujería. Ningún hombre ha muerto por las críticas feministas, pero la activista feminista negra brasileña Marielle Franco fue ejecutada a tiros la semana pasada en Río de Janeiro. Esta semana un hombre entró a un centro comercial de la CDMX para matar a balazos a su exesposa porque ella decidió no estar con él. Son las mujeres, son las feministas, las defensoras de derechos humanos, las que están siendo perseguidas y asesinadas. Las nietas de las brujas que no pudieron quemar.

@Catalinapordios

 

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