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Las buenas noticias

María Elvira Bonilla
04 de abril de 2010 - 11:04 p. m.

COLOMBIA, CON SUS 144 MEDALLAS de oro, se coronó en Medellín campeón de los Juegos Suramericanos. Les ganó a potencias deportivas de la talla de Brasil.

Sin embargo la celebración fue sin mayor entusiasmo, empezando por el Presidente, que se limitó a una sombría alocución de tres minutos —nada que ver con su vibrato vigoroso cuando llama a la guerra contra el terrorismo—. Como si los colombianos hubiéramos perdido la capacidad de gozarnos las buenas noticias. Y en ello los medios tienen —tenemos— una responsabilidad. Y grande. Se valora su papel de veedores sociales con su capacidad para revelar, denunciar, registrar comportamientos negativos y antisociales en lo ético, económico y político. Y eso está bien. Pero no basta, y a veces se pasa de la raya. Como sucedió, para citar un buen ejemplo, precisamente con el alcalde de Medellín, Alonso Salazar, el anfitrión de los exitosos juegos.

Salazar no pudo ocultar su rabia cuando lo sorprendió una llamada de W Radio no exactamente para preguntarle por su ciudad en el día del cierre con broche de oro de los juegos, sino para recabarle el tema de la violencia entre las bandas de narcotraficantes en las comunas. Explicable su reacción de incomodidad y protesta. Además de los resultados deportivos, los Suramericanos habían sido una fiesta de reconciliación y vida, de civismo y sudor en las competencias, un paréntesis en la cadena de muertes violentas, con escenarios siempre abarrotados donde la gente, además de disfrutar, aprendió mejor que en cualquier ejercicio pedagógico mockusiano sobre el valor del juego limpio, del saber perder o ganar sin agresividad de por medio, respetando al contrincante y ciñéndose a unas reglas preestablecidas sin buscar atajos o jugarle a la viveza. Triste es reconocerlo pero las buenas noticias ni venden ni dan rating. Los propios periodistas lo hemos vuelto así.

Nos acostumbramos como sociedad a vivir entre la zozobra y la tensión. Una sociedad amenazada por hechos reales pero con frecuencia magnificados, porque así como la buena onda no da rating, el miedo multiplica los votos. La campaña política, intensa y agresiva, empieza a girar, como sucedió con las dos anteriores que llevaron a Álvaro Uribe a la Presidencia en primera vuelta, en torno al tema de la seguridad y de la lucha contra el terrorismo, que en Colombia equivale a decir contra las Farc. El candidato que supere la radicalidad y las estridencias del presidente Uribe, que ofrezca la mano más dura, será el vencedor. Y para lograrlo se requiere acentuar el miedo, no salir de la zozobra, tarea en la que los grupos ilegales con sus actos de violencia son dóciles colaboradores.

Qué bueno sería que el país entendiera que ningún gobernante va a echar para atrás la política de seguridad democrática y el apoyo a las Fuerzas Militares, para que se pudieran abordar temas centrales relacionados con el bienestar de la gente, con la creatividad, con la felicidad. Con los esfuerzos colectivos, como el deporte precisamente, donde los jóvenes, como se ha visto en Medellín, responden con toda la fuerza cuando se les da la oportunidad.

 

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