Atalaya

Las buenas nuevas

Julián López de Mesa Samudio
20 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

Muchos son los asuntos trascendentales, tanto a nivel global como nacional, que preocupan para el presente y el futuro.

La corrupción, el posconflicto, la educación, la seguridad alimentaria y energética, la crisis de la democracia, la fragilidad creciente del orden mundial, la progresiva radicalización política, la sostenibilidad medioambiental y los modelos de desarrollo, para nombrar solo unos cuantos, son cuestiones que llenan, literalmente, horas y horas de información pesimista que a diario recibimos, como pedradas, por todos los medios y en todo lugar. En un día común no pasa mucho tiempo sin escuchar alguna mala noticia sobre la que muy pronto caen, como cernícalos, aquellos periodistas y escritores de opinión que vivimos de estas presas noticiosas fáciles de pescar y que venden por sí solas: entre más fascinación morbosa o indignación despierte la noticia, más audiencia tendrá; y bajar los estándares es más fácil, pues se usan menos recursos y no se requiere de mayores esfuerzos o creatividad, como lo comprueban a diario los noticieros de las dos principales cadenas de televisión nacional.

Empero, es grave, pues este espíritu pesimista no es un motor de cambio positivo y más bien lo es de desesperanza y de creciente desazón. Las malas nuevas no fomentan cambios provechosos; antes bien estimulan el desasosiego, acrecientan la insatisfacción y el resentimiento, y este a su vez se convierte en tierra fértil para la violencia como alternativa desesperada ante la impotencia. La obsesión con el pesimismo satura la cotidianidad con un ruido sordo, desesperante, angustioso, que ahoga cualquier sonido armónico.

Hay, sin embargo, otras historias positivas que también ocurren (que por no ser ni coyunturales ni escandalosas no llaman la atención de los “opinadores”) y que además de despertar las conciencias a través de las oportunidades reales de cambio que presentan, fomentan la acción y la creatividad. Pero sobre todo regeneran la confianza en los otros, siendo ésta la materia prima del tejido social; una buena historia inspira a otros a transformar su contexto. No se trata de tapar el sol con un dedo ni de ocultar lo negativo: se trata de visibilizar y darle igual valor a aquello que es positivo y que también es relevante en nuestro mundo.

En los últimos años he tenido la buena fortuna de recorrer una parte de la Colombia profunda y, sobre todo, he podido conocer a muchas de sus personas y sus historias. Personas e historias que han coincidido con el conflicto, con lo peor de este y que, a pesar de esto, han triunfado sobre el mismo gracias a su coraje, a su fortaleza y tesón. Muchas son las historias cotidianas, poderosas y sugerentes que se han sucedido paralelamente a los horrores de nuestras guerras; muchos han sido los héroes locales, anónimos, y estos a su vez han estimulado a muchos otros más a seguir adelante, a resistir con dignidad a las injusticias, a la violencia, al horror. Si algo queda de una Colombia digna de la cual inspirarse, son estas personas y sus historias.

Personalmente, estoy cansado de seguir cebando páginas con opiniones negativas sobre el presente y el futuro del mundo y de Colombia. Por eso, desde hoy sólo escribiré sobre aquello que merezca ser enaltecido, aun a costa de perder lectores ávidos de escoria y de pesimismo. Las opiniones sesudas sobre las coyunturas se las dejo a los grandes académicos y analistas, a los líderes de opinión y a aquellos que aún creen que son realmente relevantes en la cotidianidad de las personas.

@Los_Atalayas, Atalaya.espectador@gmail.com

 

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