Las capas de la cebolla ocañera

Tatiana Acevedo Guerrero
06 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.

Dos, cuatro, seis o más capas puede tener la cebolla picante y candelosa que conocemos como ocañera. Durante la segunda mitad del siglo XX esta variedad se sembró en alrededor de 3.000 hectáreas en los municipios de Ábrego, El Carmen, La Playa, San Calixto y Hacarí, de Norte de Santander, y en González y Río de Oro, en el sur del Cesar. La cebolla, que se comercializaba en cargas, se apilonaba toda en el mercado de Ocaña desde donde era empacada, vendida y mandada en tractomulas para la Costa Caribe, Santander, Antioquia, Cundinamarca, Boyacá y el Eje Cafetero. Estas rutinas han cambiado en las últimas décadas, dada la decadencia del cultivo. Un “inevitable adiós a la cebolla ocañera”, pregona La Opinión de Cúcuta. “Las oscilaciones de los precios, fenómeno económico que se deriva de la libre oferta y demanda, fue menguando las ganancias de los cultivadores”, concluye el diario. Mi barrunto es que, en cambio, esta historia tiene muy poco de “libre mercado” y es una de las realidades nacionales y decisiones estatales deliberadas.

La cebolla ocañera es más costosa que otras variedades importadas. Es delicada y requiere una cierta inversión en pesticidas para protegerla de plagas como la raíz rosada y altas cantidades de bovinaza o abono. La Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria (Corpoica) desarrolló una semilla mejorada que guardaba el sabor y resultaba más resistente y rentable. No obstante, la competencia con la cebolla más barata importada desde Perú y Ecuador (parecida en el color, pero muy débil en el sabor) se ha hecho cada vez más difícil.

En una situación así, el gremio se habría beneficiado tremendamente de un subsidio. Esto no es raro ni en Colombia ni por fuera: pese a los tratados de libre comercio, cultivos como el de la caña y el arroz se benefician de excelentes subsidios en Colombia (y la agricultura de la Unión Europea se mantiene a flote gracias a inyecciones estatales generosas). Sin embargo, el Gobierno decidió no otorgar subsidios agrícolas para este tipo de cebolla. Y con el tiempo se dio en cambio un giro en el propio producto, pues la población decidió sembrar la variedad andina. “Lo que llamamos cebolla extranjera, ya está dando resultado. ¿Por qué razón? Porque tiene menos costo en producción”, explica Víctor Galeano, cultivador de la región.

Las cosas no mejoraron porque no sólo entraba la cebolla de países andinos en el marco del “libre comercio”, sino que también se dejaba entrar de contrabando. Bajan demasiado los precios de la importada y las que quedan esperando en bodegas en Ocaña no tienen ninguna oportunidad. El bajo costo de los bultos que entran ha generado sospecha, ya que el precio de las importadas es tan bajo y la diferencia en pesos es tan grande, que hay quienes piensan que se trata de un método de lavado del narcotráfico. Cuando no hay importada disponible, el precio de la ocañera puede subir a $300.000 la carga y, cuando llega la importada, la misma cantidad se vende a $30.000.

El momento difícil de la cebolla ocañera habla también sobre la soledad del Catatumbo. Con protagonistas que van desde empresarios de apellido hasta cultivadores de temporada, pasando por campesinos de parcela y artesanas cuidadoras del encurtido de cebollitas, esta historia se remonta al siglo XIX. “Concretamente hay un registro de 1884 en la prensa donde ya la cebolla es parte de los cultivos de Ocaña”, cuenta Luis Eduardo Páez, de la Academia de Historia Municipal. “Era llevada, desde el puerto de Gamarra, en barcos de vapor, por el río Magdalena, para llegar hacia los puertos de Mompox, Barranquilla y Cartagena”, narra la historiadora Sonia Verjel. La cebolla ha sido parte de la narrativa local, de las ferias y los reinados, del turismo que a veces no llega. Pero por sobre todo, es motivo de orgullo culinario. Mientras se pregona la dificultad en la substitución de cultivos de coca en la zona y se informa sobre luchas territoriales entre el Epl y el Eln, en el día a día muchos se resisten a dejar un pasado cebollero.

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