A las cinco en punto de la tarde

Lorenzo Madrigal
25 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Después de esa hora lorquiana comenzaron los desmanes el jueves pasado. Aunque la marcha multipropósito había transcurrido en calma y en algunas partes con alegría de carnaval, si no se cumplían los desafueros, sus organizadores secretos —internos y externos— la habrían dado por desaprovechada. Era la ocasión de sacudir a un Gobierno de centro o de derecha, como lo quieran ver, y era ésta la hora llegada para una movilización de izquierda, de las que se hallan en demostración por Latinoamérica.

Muchos no lo ven así. Vuelve seguramente el argumento de posguerra, de que se olfatea comunismo en todo, pero, ojo, esta vez la presencia del lobo es real y el grito del pastorcito de la fábula debería atenderse. El descontento es general y muchas solicitudes tiene guardadas la opinión: aunque falta un caso concreto de crispación, un alza de transporte o de gasolina, que entre nosotros, por lo frecuente, no impresionaría.

Se dirá que no es poco lo de los niños o jóvenes bombardeados en Caquetá. Ese caso horrendo salió del debate contra el ministro de Defensa y me pregunto: ¿eso es, por desgracia, nuevo? Qué cosa más horrible que los falsos positivos, el más profundo abismo en que haya caído el militarismo, que aunque no compromete al grueso de la tropa que nos defiende, sí mancha su imagen indeleblemente. No se organizó un mitin por ello en anteriores gobiernos, como hubiera correspondido.

Si bien una manifestación es, a la hora de la verdad, solamente un grito de la opinión que rara vez termina sustituyendo poderes o dando soluciones. Lo que sí producen, cuando hay vandalismo, son muertos y heridos, que se le achacan a la fuerza pública, en cobro de sus, por desgracia, frecuentes desmanes.

Este 21 debió haber gente agazapada —la frase me recuerda al gran Otto Morales— a la espera de los muertos, que son ganancia para las revoluciones de izquierda. En Argentina se los cobraron y de qué manera, al presidente que fue suegro de Shakira. Se calla, en cambio, ante las atrocidades del dictador de Venezuela. A Duque, que está limpio, ya no demoran en enlodar su nombre con la represión, como les ha ocurrido a otros mandatarios de centro.

La hoguera se la tienen lista al presidente que poco fervor popular despierta y es terreno abonado para encender la llama en su contra. Muchos están a la espera, los foros sesgados, las iglesias, los políticos, todos con el paro. ¡Qué cantidad de inconformes !, pero los amigos de la violencia esperan utilizar a los demás que adhieren.

Al final se sabrá quién utilizó a quién, aunque si nos atenemos al ciudadano apático, todo quedará igual: sólo piedras bogotanas difícilmente desmanchables, Bolívar con algo roto, el metro de Bogotá destruido (los planos), las cacerolas abolladas y comerciantes arruinados, como cada nueve de abril.

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