Las consecuencias económicas de la revuelta árabe

Nouriel Roubini
03 de abril de 2011 - 06:00 a. m.

LOS DESÓRDENES POLÍTICOS EN EL Medio Oriente tienen serias implicaciones económicas y financieras, particularmente porque aumentan el riesgo de la estanflación, una combinación letal de desaceleración del crecimiento con una inflación que aumenta bruscamente.

En efecto, si surge la estanflación, hay un grave riesgo de una recesión de doble caída para una economía global que apenas ha salido de la peor crisis que ha atravesado en varias décadas.

Los disturbios graves en el Medio Oriente históricamente han sido fuente de subida de los precios del petróleo, que a su vez han desencadenado tres de las últimas cinco recesiones globales. La Guerra de Yom Kippur de 1973 provocó un abrupto aumento de los precios del petróleo que condujo a la estanflación global de 1974-1975. La revolución iraní de 1979 generó un aumento estanflacionario similar al de los precios del petróleo, que dio lugar a la recesión de 1980-1981. Y la invasión de Kuwait por Iraq en agosto de 1990 generó un incremento de los precios del petróleo en un momento en que una crisis bancaria ya estaba sumiendo a los Estados Unidos en una recesión.

Los precios del petróleo también desempeñaron un papel importante en la reciente recesión debida a los problemas financieros. Para el verano de 2008, justo antes del colapso de Lehman Brothers, los precios del petróleo se habían duplicado a lo largo de los doce meses previos hasta llegar a un nivel máximo de 148 dólares por barril —con lo que dieron el tiro de gracia a una economía global que ya era débil y estaba en apuros por las sacudidas financieras—.

Aún no sabemos si los desórdenes políticos en el Medio Oriente se propagarán a otros países. Todavía podrían contenerse y retroceder, con lo que los precios del petróleo regresarían a niveles inferiores. Pero hay grandes posibilidades de que los levantamientos proliferen y desestabilicen a Bahréin, Argelia, Omán, Jordania, Yemen y, con el tiempo, incluso a Arabia Saudita.

Incluso antes de las recientes sacudidas políticas en el Medio Oriente, los precios del petróleo habían llegado a los 80-90 dólares por barril, un aumento provocado no sólo por las economías de mercado emergentes sedientas de energía, sino también por factores no fundamentales: un muro de liquidez que presionaba los activos y materias primas en los mercados emergentes debido a tasas de interés cercanas a cero y a la facilitación cuantitativa en las economías avanzadas; el impulso y el comportamiento gregario; y existencias limitadas e inelásticas de petróleo. Si la amenaza de interrupciones del suministro se extiende más allá de Libia, incluso el simple riesgo de que disminuya la producción podría aumentar fuertemente la “prima del miedo” mediante la acumulación preventiva de petróleo por inversionistas y usuarios.

Los aumentos más recientes de los precios del petróleo —y los aumentos conexos de los precios de otras materias primas— implican varias consecuencias desafortunadas (aun dejando de lado el riesgo de disturbios civiles severos).

En primer lugar, las presiones inflacionarias aumentarán en las economías de mercado emergentes que ya están sobrecalentadas y en las que los precios del petróleo y de los alimentos representan hasta dos terceras partes de la canasta de consumo. Dada la débil demanda en las economías avanzadas de lento crecimiento, el aumento de los precios de las materias primas puede conducir sólo a un pequeño efecto de primera ronda en la inflación global ahí, con poco impacto de segunda ronda en la inflación básica. Pero los países avanzados no saldrán ilesos.

En efecto, el segundo riesgo que plantea un aumento de los precios del petróleo —una sacudida de los términos de intercambio y del ingreso disponible para todos los importadores de energía y materias primas— golpeará a las economías avanzadas con particular fuerza, puesto que apenas han salido de la recesión y aún experimentan una recuperación anémica.

El tercer riesgo es que el aumento de los precios del petróleo reduzca la confianza de los inversionistas e intensifique la aversión al riesgo, lo que provocaría correcciones del mercado de valores que tienen efectos negativos sobre la riqueza en términos de consumo y gasto de capital. También es probable que la confianza de los empresarios y los consumidores resulte afectada, lo que debilitará aún más la demanda.

Si los precios del petróleo aumentan mucho más —hasta los niveles máximos que alcanzaron en 2008— las economías avanzadas sufrirán una fuerte desaceleración; muchas incluso podrían volver a caer en la recesión. Incluso si los precios se mantienen a los niveles actuales durante la mayor parte del año, el crecimiento global se desacelerará y la inflación aumentará.

¿QuéXXXX respuestas de política están disponibles para reducir el riesgo de estanflación? A corto plazo hay muy pocas: Arabia Saudita —el único productor de la OPEP que tiene exceso de capacidad— podría aumentar su producción y los Estados Unidos podrían utilizar su reserva estratégica de petróleo para aumentar la oferta.

Con el tiempo —pero esto podría tomar años— los consumidores podrían invertir en fuentes alternativas de energía y reducir la demanda de combustibles fósiles mediante impuestos al carbono y nuevas tecnologías. Dado que la seguridad energética y alimentaria es cuestión de estabilidad económica pero también social y política, las políticas que reduzcan la volatilidad de los precios de las materias primas deberían ser del interés de los productores y los consumidores.

Pero el momento para actuar es ahora. Es probable que la transición de la autocracia a la democracia en el Medio Oriente sea agitada e inestable, en el mejor de los casos. En países con demandas reprimidas de mayores ingresos y bienestar, el fervor democrático podría conducir a déficits presupuestales importantes, a demandas de salarios excesivas y a una inflación elevada, lo que al final daría como resultado crisis económicas severas.

Así pues, se debe diseñar un nuevo programa de asistencia para la región sobre el modelo del Plan Marshall que se aplicó en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, o del apoyo que se ofreció a Europa oriental después de la caída del Muro de Berlín. El financiamiento debe proceder del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo y de apoyo bilateral proporcionado por los Estados Unidos, la Unión Europea, China y los estados del Golfo. El objetivo debe ser estabilizar las economías de esos países durante sus delicadas transiciones políticas.

Es mucho lo que está en juego. Con transiciones políticas inestables podría haber altos niveles de desorden social, violencia organizada o guerra civil, lo que alimentaría más perturbaciones económicas. Dada la actual sensibilidad al riesgo de los precios del petróleo, las dificultades no serían exclusivas del Medio Oriente.

*Profesor en la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York. Project Syndicate 1995-2011.

 

 

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