Las divas ahogaron a las musas

Sergio Ocampo Madrid
23 de abril de 2018 - 02:00 a. m.

Hace un par de años, en una entrevista en un diario peruano acerca de la publicación del libro de cuentos “El amante fiel de medianoche”, la periodista, una chica joven que evidentemente no había leído acerca de mí nada distinto de lo que decía Wikipedia, me preguntaba sobre cómo veía a la literatura colombiana. Una socorrida pregunta para una socorrida respuesta.

En un esfuerzo por decir algo distinto le respondí que los escritores estaban haciendo lo suyo, o sea escribir; el Estado más o menos trataba de promover la lectura, las editoriales grandes solo apostaban por best sellers pero existía el recurso de las independientes, y que los académicos se habían quedado haciendo arqueología y nunca se les veía en los nuevos lanzamientos. Dos días después, lo más destacado del artículo que salió fue ese entrecomillado en el que yo decía que la Academia Colombiana de la Lengua tenía la culpa de la mala literatura que se hacía en Colombia.

Me ha pasado muchas veces. Cuando un noticiero le para bolas a uno por un nuevo libro y decide hacer una nota, inexorablemente el encargado será un practicante; algunos al menos buscan algo de prisa en internet; otros ni siquiera leen la contratapa del libro.

¿En qué momento, la cultura dejo de inspirar respeto en los medios de comunicación? ¿Cuándo se decidió que era equivalente un concierto de Alejandro Fernández a uno de Paco de Lucía y que en los noticieros, un premio literario para un autor colombiano debería ir después de la ruptura de Selena con su novio? ¿Cuándo se murió el último suplemento literario? ¿Cuándo las presentadoras de farándula pasaron a encargarse de informarnos sobre arte y cuándo dejó de ser “chiva” una información sobre cultura?

Desde Lipovetski hasta Vargas Llosa han intentado responder esos interrogantes y muchos otros para concluir sobre el mal momento que atraviesa la cultura, trivializada, reducidas sus apuestas a los resultados económicos, estandarizada en recetas de éxito y sofocados los intentos de riesgo y exploración. Una cultura del espectáculo. Una civilización del espectáculo. Cuantificable. Mensurable. Predecible. Programable.

Por todo eso, me parece alucinante que esta semana en la Feria del Libro de Bogotá se reúna a un grupo de expertos nacionales y de afuera para arriesgar unas respuestas. Será en el Encuentro Internacional de Periodismo, esa iniciativa de la facultad de Comunicación del Externado de Colombia y la Cámara Colombiana del Libro que ya llega a su décima versión y que ha logrado traer al país a personalidades de la talla de Svetlana Alexiévich, Gay Talese, Günter Wallraff, Miguel Littín, Sergio Ramírez, Sergio González, Daniel Cassany, Leila Guerriero, Antonio Ortuño, o repatriar temporalmente a Gerardo Reyes, Patricia Janiot y Eduardo García Aguilar, o reivindicar el enorme valor de Ignacio Gómez, Yineth Bedoya, León Valencia, Jesús Abad Colorado, Marleny Orjuela, Soraya Bayuelo y Jorge Enrique Botero.

“Comunicación, contraculturas y resistencias” se llama la cita de este año y, además de la pregunta central de ¿qué es entonces cultura para el periodismo de hoy?, también parece arriesgar otro planteamiento interesante: mientras la cultura hegemónica y tradicional se ve languidecer bajo las dinámicas de la mercadotecnia y la masificación, las contraculturas y las culturas alternativas parecen emerger con todo vigor.

De ese modo, el Encuentro va a reunir en una mesa esas iniciativas que exploran el lenguaje audiovisual en clave de barrio y que han llegado a consolidar festivales de cine alternativo como el de “Ojo al sancocho”, que en Ciudad Bolívar, sur y extramuro de Bogotá, logra convocar a miles de personas e invitados internacionales de quince países. Es un cine sobre historias y personajes de barriada, realizado por los mismos vecinos de toda la vida en el que siempre será más importante el proceso que el producto final. Hay en eso toda una noción de cultura que construye identidad local, configura memoria, recupera tejido social y atempera la sensación de abandono y periferia.

La cultura, o la contracultura como quieran, se convierte entonces en una barricada, en un parapeto o en una resistencia. Será excepcional ver en esta cita de la Filbo lo que tiene para enseñar la gente de la escuela audiovisual de Belén de los Andaquíes (Caquetá) que ya lleva cuatro generaciones de niños en la producción de documentales para contar los relatos del pueblo, allí en un sitio del que Colombia solo conoce por la guerra. También, una gran ocasión de ver las animaciones de Édgar Álvarez sobre el infierno y paraíso que es ser habitante de la calle en Bogotá, o escuchar de labios de Patricia Ariza su diatriba contra la guerra y su apuesta por volver a las madres de Soacha unas nuevas antígonas.

Como cada quien hace su lucha en su propia trinchera, habrá un momento para escuchar a Marc Singer, el hombre que desde hace muchos años advirtió en su libro “El show de Trump” sobre la delirante megalomanía y peligrosidad del magnate, hoy presidente, y también para debatir sobre las tesis de la escritora francesa Catherine Millet, cuyo libro  “La vida sexual de Catherine M” removió el pensamiento conservador europeo y se convirtió en un reclamo airado al derecho de hablar sin pelos en la lengua sobre la experiencia sexual femenina.

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