Las emociones de la segunda vuelta

Aldo Civico
06 de junio de 2018 - 09:00 a. m.

¿Petro o Duque? La contienda electoral es capaz de suscitar las emociones más fuertes y las pasiones más viscerales. Hoy, un trino en Twitter es como una chispa que rápidamente se transforma en un fuego que todo lo destruye. Las emociones políticas tienen en Colombia un largo rastro de muerte y terror.

Ahora bien, si es verdad que la calidad de nuestra vida es la calidad de nuestras emociones, quizás podríamos también decir que la calidad de una cultura política se puede deducir de las emociones que expresa y suscita. De hecho, las emociones son la reacción química de nuestras experiencias pasadas. Son como un reflejo de lo que hemos vivido anteriormente, como individuos o como cuerpo social. Además, cuando las emociones son la consecuencia de un trauma, es fácil quedarse secuestrados por aquellas emociones. Por eso, emociones como el rencor, el odio, la venganza, la rabia y el miedo se vuelven una forma de vida, una manera de ser, una identidad, una adicción. De esta manera, las emociones se convierten en el motor que determina nuestra experiencia.

Hoy, lo que uno observa es que la realidad en Colombia sigue siendo generada por las emociones que reflejan su larga historia de conflicto político. Paradójicamente, el Acuerdo de Paz, en lugar de convertirse en la oportunidad para experimentar nuevas emociones y construir una nueva realidad de país, está reavivando emociones negativas que, durante estas semanas, la campaña presidencial se ha encargado de exacerbar y profundizar. La izquierda, con un candidato que se atreve a hablar de amor, compasión y humanismo, está galvanizando emociones de revancha y de odio que en estos días han generado hasta una forma de deplorable de macartismo en contra de quienes han declarado su intención de votar en blanco, acusándolos de ser cómplices de los corruptos, los paramilitares y de mucho más.

Lo mismo pasa alrededor del candidato del Centro Democrático, cuya campaña ha utilizado hábilmente los miedos históricos hacia la izquierda, y las ansias por la deplorable situación en Venezuela, para instigar el pánico hacia una posible victoria de Gustavo Petro. Iván Duque está haciendo el tentativo de mostrarse como un candidato moderado y moderno, pero su intención se ve anulada por los líderes que lo rodean, y quienes son causa de rechazo, rencor y hasta odio. Es decir, los dos candidatos están marcados por las emociones que provocan, creando así una disonancia entre su retórica y su percepción.

En otras palabras, la cultura política de Colombia sigue estando definida por las mismas emociones que han determinado buena parte de su historia. Sus líderes perpetúan estos patrones emocionales en lugar de interrumpirlos, cuando es precisamente esto lo que Colombia necesitaría. O sea, faltan líderes transformadores capaces de suscitar nuevas emociones para crear nuevas experiencias y realidades. Tal vez, Sergio Fajardo hubiera podido ser esta opción, pero quizás su obstáculo fue no lograr movilizar emociones suficientemente fuertes para ganarle a la historia. De todas formas, el 17 de junio ganará el miedo.

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