Las Furias

Sorayda Peguero Isaac
25 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

El puño pasó por delante de mi cara. El agresor, con la mirada llena de ira, fracasó en su intento de golpear a la mujer que se negó a guardar silencio cuando él se lo exigió. Había dos niños presentes. ¿Así aprenden los niños a normalizar la violencia? ¿Así aprenden que el respeto no es algo a lo que uno pueda aspirar o merecer sino que se exige a golpes? ¿Así aprenden que un hombre puede vulnerar la integridad física de su pareja, de su hermana, de su hija, de su madre? ¿Así aprenden las niñas que no deben provocar a la bestia que duerme con un ojo abierto? ¿Así aprenden que, para evitar una desgracia, lo mejor es estar calladitas? ¿Así bailamos la danza del pez que se muerde la cola y esta historia, tan patética y triste, se repite una generación tras otra? ¿Así se forja el carácter de los machos que golpean y el de las que han nacido para ser golpeadas? Así, después del manoteo y los gritos, aprendemos que estamos condenados a la barbarie, y pedimos paz y olvido, salimos al teatro de nuestras vidas, y aquí no ha pasado nada.

En su Estatuto del amor, Nélida Piñón escribió: “Quienquiera que habite el recinto sagrado de tu hogar heredará tanto tu horror como tu capacidad para maravillarte”. No pocas precariedades humanas provienen de una infancia en la que sobraron espinas y heridas. Cada uno debería encontrar el camino de regreso al hogar que le tocó en suerte. Quizás sea el único modo de empezar de nuevo. Cada uno debería ser responsable de aceptar su aflicción por un pasado que ya no tiene arreglo, y de intentar avanzar sin el lastre de una herencia peligrosa, eligiendo de manera consciente los valores que regirán su vida.

Se habla a diario de la violencia y de sus víctimas. No es un asunto del que uno pueda escapar. Pienso en los niños. Nélida Piñón aconseja: “Conserva a tu hijo entre las paredes de la casa, donde está tu hogar. Dale pan, jabón, agua, la cama de cada día. Hazle soñar si le falta capacidad para sorprenderse. Cuéntale historias que él pueda perpetuar en la memoria. Para que tu recuerdo se transforme un día en flecha de plata atravesando la noche de los tiempos”. Son cosas para honrar una vida digna, tan esenciales como salvar a los niños de nuestra oscuridad. ¿Se podría nombrar un centinela, una criatura alada y luminosa que permanezca al acecho de la implacable ira? ¿Que esté atenta al grito, a la palabra ofensiva, a la mano ligera? ¿Que impida la llegada de las Furias que, según la mitología griega, castigan las ofensas contra la familia? En las historias que prefiero, el héroe tiene agallas para enfrentarse a su mala sombra: él es su propio centinela. “Acuérdate —nos advierte Nélida Piñón—: privada del pálpito del amor, de los gestos de cariño, tu brutalidad quedará grabada a hierro y fuego en la memoria de tus seres queridos”. Si las Furias vienen a cobrar venganza, será porque un pozo de amargura ha manchado el recuerdo que el niño guarda de la tibieza del pan, del aroma del jabón, de la frescura del agua, de la suavidad de la cama, y de todo lo bueno que se puede esperar de las historias y los sueños.

sorayda.peguero@gmail.com

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