Las lecciones del poder

Daniel Emilio Rojas Castro
25 de septiembre de 2018 - 05:00 a. m.

‘No desfallecer en el intento y resistir’, primera lección que François Hollande, presidente francés entre 2012 y 2017, extrae de esa experiencia política y humana única que es ejercer la primera magistratura de un país.

Las lecciones del poder, publicado por la editorial Stock en el mes de abril de este año, es un libro que habla de las implicaciones sociales y personales de gobernar. Si algo queda claro al pasar las páginas es que no hay manuales para ejercer el poder ni un método para elevarse a la primera función soberana; ser presidente es decidir casi siempre en circunstancias de excepción, o lo que es lo mismo, decidir en un terreno donde no hay reglas generales. Al presidente se recurre cuando las instituciones o lo ministros no pueden (o no quieren) decidir.

Después de analizar los perfiles de los demás mandatarios con quienes negoció (entre otros Obama, Putin o Merkel), de visualizar las crisis que enfrentó su gobierno (inestabilidad económica del euro y atentados terroristas), y de detenerse en lo que implicó para él y sus colaboradores posicionar nuevamente a Francia en la agenda global, Hollande subraya en las últimas páginas de su libro una segunda lección que aprendió en sus cinco años en el Eliseo: ‘cualquier mandato presidencial se inscribe en una continuidad previamente establecida’. Por eso, sean cuales sean los cambios que proclama un mandatario a su llegada al poder «siempre hay una herencia, un legado» del que no puede abstraerse.

A medida que se avanza en la lectura, el problema de la continuidad entre los mandatarios asume un tono más pragmático y menos filosófico, tildado de humor, ironía y sarcasmo, cuya finalidad es criticar al actual presidente Emmanuel Macron (y antiguo ministro de economía bajo Hollande), para quien todo cuanto le antecede representa un «viejo mundo» que no da respuestas a los nuevos debates de la ecología, la tecnología, la igualdad entre los sexos o la digitalización de la vida cotidiana. La aspiración al cambio es consustancial a cualquier retórica política, concluye Hollande, pero el balance de lo que representa la dirección de una nación sólo puede hacerse desde la Historia. En esto no se equivoca.

Durante su presidencia, Hollande efectuó más de un centenar de viajes por el mundo, entre ellos a Colombia, invitado por el expresidente Santos para servir como garante del acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC. Fue, escribe Hollande, «uno de los encuentros más extraños que tuve en mi vida, rodeado de grandes árboles y de flores multicolores, en un campamento previsto para que los guerrilleros entregaran las armas». Hollande se refiere a una de las zonas veredales de Caldono, Cauca, «donde bajo la supervisión de la ONU, se organizaba el desarme allí donde hacía pocos meses tenían lugar combates».

Un libro publicado por un expresidente casi siempre oscila entre la necesidad de justificar sus decisiones pasadas y ajustar cuentas pendientes. Nada puede interpretarse fuera de ese contexto. De cualquier modo, al preguntarse cómo conciliar la aspiración contradictoria de un pueblo que clama por el ejercicio de la autoridad sin ceder nada de sus derechos y libertades, o al mencionar que los franceses «siempre quieren algo nuevo, pero sólo escogen la novedad por defecto», Hollande esboza una tercera lección que no menciona, pero que resulta esencial: para ejercer el poder debe aceptarse que no todo se puede gobernar.

François Hollande. Les leçons du pouvoir, Villeuneuve-d’Ascq—Paris, 2018, 407 pp.

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