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Las malas costumbres

Reinaldo Spitaletta
20 de enero de 2009 - 01:59 a. m.

TAL VEZ NOS ACOSTUMBRAMOS (O nos acostumbraron) a la falta de decencia, a los modelos de comportamiento impuestos por la mafia, a la desfachatez de altos funcionarios y de dignatarios estatales. A la coima. A la guerra sucia y por eso nada nos importan los falsos positivos. A la hediondez que emana de despachos ministeriales y sedes presidenciales. Quizá por eso sorprenda que una congresista renuncie a su curul porque, de pronto, se le iluminó el entendimiento y se zafó del uribismo.

Es rara tal renuncia a un proyecto político indefendible, por antipopular y corrupto, en un país en el cual ministros y otros burócratas, comprometidos en escándalos y delitos, ni siquiera hacen un amague para dimitir, sino, al contrario, permanecen muy orondos en sus butacas sin importarles si se compromete la institucionalidad y si cada vez se desvanece la confianza del ciudadano del común en distintos organismos estatales. Y por lo dicho: aquí nos acostumbramos al olor a podrido, que ya confundimos con perfume.

Llama la atención, en todo caso, que la senadora Gina Parody se haya marginado del Congreso y del Partido de la U, entre otras cosas por las ganas de Uribe a otra reelección, lo cual, según ella, menoscabaría la “democracia colombiana”. A la ex parlamentaria la afectó mucho —así lo dijo— la presencia del delincuente alias Job en la Casa de Nariño (o de “Nari”). Y lo que se nota es su desencanto por el uribismo y sus prácticas politiqueras y corruptas.

Digo que nos acostumbramos a las malas mañas. Por ejemplo, en una democracia de verdad ya hubiera renunciado un ministro del Interior y de Justicia, cuyo hermano está acusado de pertenecer a la mafia y de utilizar su cargo para beneficiar a delincuentes. Pero nada, el funcionario sigue ahí, tan campante, mientras todavía están en el ambiente los sonidos de la cuatrimoto que un mafioso le regaló a su hermanito. ¡Ah!, y el ministro de Protección (el pueblo lo llama de desprotección), vinculado a la yidispolítica e investigado por la Fiscalía por el delito de cohecho, continúa como si nada. Eso parece que da caché gubernamental.

En estos días escuché en La W un reportaje al Ministro de Transporte, que, sin empacho, defendía al director del Invías, Daniel García, destituido por la Procuraduría, pero que, caso curioso, continúa en su cargo. El Ministro, con emoción patriótica, decía que no en vano habían transcurrido tantas luchas del hombre por los derechos civiles y la libertad, y por eso su pupilo —señalado de presentar documentos falsos en su paso por el sector público— podía seguir en el puesto para defenderse desde ahí. Nada raro en boca de alguien que una vez afirmó en clave esotérica que Uribe era un predestinado.

Insisto: nos acostumbramos a la falta de dignidad. Porque, de lo contrario, ya tenían que haber renunciado el embajador en Roma, Sabas Pretelt, también vinculado a los asuntos ilegales mediante los cuales se aprobó la reelección presidencial, y el Ministro de Defensa. El asunto aterrador de los falsos positivos es motivo suficiente para que Juan Manuel Santos pase la cartita. Nos acostumbramos a la falta de vergüenza, a la parapolítica, a la falsedad, al cohecho, a las conductas delictivas, que aquí parecen son las indicadas para aspirar a altas posiciones gubernamentales y al Congreso.

Nos acostumbraron a que los malos ejemplos son los buenos ejemplos: un mafioso es digno de imitarse porque es un talentoso para la consecución de dinero, o alguien que dice “te pego en la cara, marica”, es un varón. Y más si es Presidente de la República. Y a éste lo puede suceder algún día, digamos, un ministro, experto en perseguir campesinos pobres. Esta “virtud democrática” le da talla de estadista. Nada que hacer: nos acostumbramos a las malas costumbres.

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