Las mujeres que nunca saldrán de casa

Enrique Aparicio
10 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

Madrid, como capital vieja de Europa, cuenta con vida propia. Desde que me bajo del avión, la ciudad y su magia me hacen la pregunta de siempre: “¿Qué vienes a hacer aquí?”. La expresión es despectiva, exigente, y me hace sentir como “colado” en un mundo que solo pertenece a la ciudad.

En 1649, en el palacio Real Alcázar de Madrid todo era movimiento, vibraciones poco identificadas. El rey Felipe IV, tras la muerte de su hijo Baltasar Carlos (1629-1646), daba la sensación de ser un hombre que había perdido su más importante batalla.

Sus allegados le sugirieron una solución demasiado obvia:

–Su majestad, el pueblo vería con agrado si Mariana de Austria, vuestra sobrina, se convirtiera en el nuevo vientre de la corona.

La debilidad del que ha caído deja a merced de otros sus decisiones.

Casarse de nuevo para lograr traer un heredero a este mundo y hacerlo con Mariana de Austria, jovencita de 15 años que había sido destinada a casarse con el heredero del trono, su ahora difunto hijo Baltasar Carlos, resultaba una elección sin ilusiones. La del hombre que dejó de creer en sí mismo, convencido de que el destino no estaría de su lado.

–Su majestad, don Diego Velázquez acaba de llegar.

–Hacedlo pasar.

–A vuestro servicio, majestad. ¿En qué puedo serviros?

Velázquez había creado una relación casi de amistad con el monarca, quien lo nombró pintor de la familia real cuando apenas tenía 24 años, lo que le permitió ser un referente en el arte del Siglo de Oro español durante su larga trayectoria al servicio del rey Felipe IV.

–Don Diego, como vos sabéis, con la muerte del heredero Baltasar Carlos, hace unos años, mi vida ha cambiado de rumbo. Lo que pensaba, educarlo para que asumiera la gran tarea de gobernar al imperio español por la Casa de Austria y dejar en sus hombros las responsabilidades que esto exige, fue un proyecto que tuvo un final inesperado. A eso debo sumar que a la fecha solo he tenido hijas en mi segundo matrimonio, sigo sin heredero al trono.

Quiero un retrato que muestre ante mi familia cercana mis grandes responsabilidades y temores porque, de no tener pronto un hijo varón, seremos los últimos de los Austrias que gobernaremos a España. Me temo que los Borbones reemplazarán en el trono a nuestra familia y todo habrá terminado.

–A sus órdenes, su majestad. Así lo haré. Atendiendo vuestros deseos, dejaré otras responsabilidades que me ha encomendado para dedicarme a esa pintura.

Pero el maestro, sin quererlo, con un sentimiento mezclado entre su vena artística y la premonición de que dejaría este mundo pronto, decidió crear una obra magna: La familia de Felipe IV, que ahora conocemos como Las meninas, un cuadro lleno de simbolismos y mensajes de la vida cotidiana en palacio.

En primer plano (ver YouTube) se ve a la infanta Margarita Teresa de Austria, una de la hijas del rey, rodeada por Isabel de Velasco y María Agustina Sarmiento, meninas que la atienden y rodean. Hacia la derecha están dos enanos, algo usual en esas épocas. Atrás está Marcela de Ulloa, encargada de cuidar a las meninas, hablando con un guardia cuya imagen es muy difusa.

Al fondo aparece José Nieto, aposentador de la reina, que no se sabe si entra o sale de la habitación. A la izquierda aparece un autorretrato del artista que lleva en el pecho la cruz roja de la Orden de Santiago.

Se dice que dicha cruz fue pintada después de haber terminado la obra ya que finalizó este cuadro en 1656 y la concesión de miembro de la orden sucede alrededor de 1658. Velázquez murió en 1660.

Al fondo también se puede observar un espejo donde se ven reflejadas dos imágenes: el rey y la reina, lo que daría la impresión de que ambos están frente a los personajes que vemos en la pintura. Hay otros temas interesantes cuando se analiza este óleo, como la luz y las miradas de los personajes que participan al observador de lo que están viviendo.

El cuadro está lleno de detalles, como dos cuadros colgados en la pared del fondo con temas de Jordaens y Rubens, gran amigo de Velázquez.

Las meninas no pueden salir del Museo del Prado, quizás por exigencia de las empresas aseguradoras. De ahí la gran suerte de poder visitarlas para verlas en su original.

Esta vez Madrid sufría una ola de frío insoportable, sobre todo comparando la temperatura con la de la última vez que estuve, que rondaba los 35 °C. Pensándolo bien, cada estación trae su atractivo, pero el principal es el motivo de renovación.

Con mi pareja, después de una cena muy madrileña y un buen vino de Rioja, presenciamos la cara del invierno, el Madrid que procedía a “cambiarse de ropa” para afrontar el cambio.

YouTube:

https://youtu.be/AbgN0Wzjodg

Que tenga un domingo amable.

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