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Las olas y los diques

William Ospina
18 de abril de 2021 - 03:00 a. m.

Se llenaban de orgullo los Estados Unidos y Europa hablando de sus Estados del bienestar. Un bienestar que durante mucho tiempo fue indudable: prosperidad, seguridad, servicios sociales, empleo, cultura, respeto por el ciudadano, educación, tiempo libre. Pero olvidaban, como siempre, que si hay Estados del bienestar es porque en alguna parte hay estados del malestar: atraso, violencia, desamparo, desempleo, exclusión, marginalidad, deserción escolar, trabajo informal todo el tiempo, desesperación frente al futuro.

Se les llenaba la boca hablando de globalización, y no solo hablando: imponiendo una globalización que favorece a las economías ricas y destruye la producción y el empleo del resto. Una globalización que recompensa a los funcionarios que en los países perjudicados liman la ley y adornan el discurso para hacernos creer que esas maniobras leoninas traen ganancia para todos. Pero hay que verlos movilizándose para detener a los inmigrantes. Hay que ver, al cabo de cuarenta años de neoliberalismo, esa conjunción del Éxodo con el Apocalipsis que son hoy las fronteras entre los estados del bienestar y los estados del malestar.

Desde la más remota antigüedad los pobres tienen que abandonar sus patrias amadas para buscar prosperidad o al menos supervivencia en tierras donde largamente serán mirados como parias y como forasteros, cuando no como esclavos de los que se puede abusar sin escrúpulos, porque de lo que huyen es peor.

Se les llenaba la boca hablando de progreso, pero no creían tener el deber de esforzarse por que ese bienestar fuera para todos. Inventaron nombres altisonantes y los pregonaron como si fueran soluciones: así nacieron los países en vías de desarrollo, así se inventaron el Tercer Mundo. Pero las fórmulas para sustituir el viejo colonialismo que saqueaba los recursos y destruía el orgullo de las naciones no resultaron mejores.

Las economías poderosas son hábiles en imponer sus modelos utilizando las presiones legales, los bloqueos, las maniobras, el lobby y la propaganda, haciéndoles sentir a los pueblos que no hay otro camino. Saben aprovechar a las élites corruptas, que se limitan a proteger sus propios intereses y entregan la soberanía de los países con gran docilidad. Después todo lo explican diciendo que naturalmente en esas cosas unos ganan y otros pierden, y no necesitan decir quiénes son los unos y los otros.

Los magos de las aperturas económicas se pasan el resto del tiempo deplorando que la sociedad inepta no fuera capaz de aprovechar su fórmula redentora, explicando cómo los viejos males estructurales de la sociedad no permitieron aclimatar las semillas de la prosperidad. Y olvidan que esos males estructurales había que advertirlos antes de los tratados, para corregirlos a tiempo.

Europa dirá que son los gobiernos y los pueblos de África los que urdieron su propia desgracia; que no es ella la responsable de que el Mediterráneo se esté convirtiendo en un cementerio de emigrantes acosados por el hambre, las guerras y la falta de futuro, ávidos por llegar como sea a esos países centrales que hoy nos modelan los sueños y mañana nos prohíben entrar en ellos. Los Estados Unidos miran con desconsuelo la pobreza de Latinoamérica, la violencia que devora a nuestros jóvenes como una bestia mitológica, el auge de las mafias, el caos urbano, y miran con odio y con miedo esas hordas de migrantes que parecen caprichos de la ilegalidad pero que son en realidad las aguas de una creciente presionando contra un dique.

El patético Trump creyó que frente a esas olas bastaban los muros y las cargas policiales. En un país donde su propia familia paterna fue inmigrante hace mucho tiempo y su propia esposa lo fue hace nada, se permitía satanizar a los inmigrantes, para que la sociedad los rechace y los discrimine. Pero perseguir y condenar a los inmigrantes en un país que fue hecho por ellos es la mayor de las locuras.

Biden quisiera hacer algo distinto, pero me temo que no sabe cómo. Por lo pronto ha encargado a Kamala Harris el primero de los trabajos de Hércules: diseñar una fórmula para detener la oleada de inmigrantes que crece y que apenas es contenida, no por los muros de Trump, que se los está llevando el viento, sino por los desiertos despiadados donde ya blanquean los huesos como los de los náufragos africanos en los lechos del Mediterráneo.

Hace más de medio siglo, alarmados por el experimento de Fidel Castro, los Estados Unidos formularon el proyecto, que pudo ser histórico, de la Alianza para el Progreso: ayudar a los países para que pudieran ser la morada habitable y grata de sus propios hijos, y prevenir así no solo la emigración traumática sino las revoluciones impredecibles. Pero les faltó persistencia y previsión.

No supieron ver que en Latinoamérica ni todas las élites respetaban la ley ni todos los rebeldes eran necesariamente malhechores. Una inversión verdadera, persistente y profunda, hecha con respeto por las naciones, habría prevenido males gigantescos. Prefirieron extraviarse en los negocios; en el apoyo al militarismo, que sembró de dictaduras el continente; en la disolución de mundo campesino que nos llenó de despojados; en la destrucción de la industria que nos llenó de mafias, y en la renuncia a un diálogo cultural respetuoso que nos dejó en manos de la corrupción política.

Hace 20 años Colombia, con el apoyo de las Naciones Unidas, propuso un plan Marshall para la reconstrucción del campo colombiano que permitiera avanzar de un modo verosímil en la pacificación del país y debilitara las economías mafiosas fortaleciendo a la comunidad trabajadora y pacífica: los Estados Unidos prefirieron alentar un Plan Colombia que estimuló la alternativa militar y terminó dejando todo en manos de las fuerzas armadas, con consecuencias horribles que ahora conocemos.

Cada país tiene su rostro, pero el problema de las fronteras es uno de los más dramáticos de la época. Ahora les exige a los países día por día soluciones de choque, pero nunca será tarde para pensar en una solución grande, que concierte voluntades planetarias, que ataque los males de raíz, que supere el egoísmo tribal de las vanidosas sociedades del bienestar y trabaje por una civilización mínimamente generosa para todos.

A pesar de su tremenda carga consumista y adictiva, internet ha sido capaz de llevar hoy información y comunicación, arte y música a millones de seres humanos. La sociedad actual tiene suficientes recursos e ideas para proponerse grandes tareas de civilización. ¿Cómo no vamos a ser capaces de impedir que las fronteras entre la opulencia y la miseria sigan siendo las trituradoras de la humanidad?

 

usucapion1000(15667)19 de abril de 2021 - 12:21 a. m.
IMPECABLE COLUMNA LLENA DE VERDES HISTÓRICAS, que por los complejos de colonialismo, muy pocoooooossssssssss se atreven a tratar.
  • usucapion1000(15667)19 de abril de 2021 - 12:22 a. m.
    VERDADES históricas...
Mar(60274)18 de abril de 2021 - 11:49 p. m.
Y qué tiene que ver su columna con mis comentarios anteriores, que eso causa más pobreza y que haya menos dinero para invertir en la gente y por ende la gente va a salir a buscar bienestar.
Mar(60274)18 de abril de 2021 - 10:37 p. m.
Mientras la gente vota por los mismos que los asesinan y les roban, mientras sigan escondidos detrás de dioses inventados como negocio, porque por qué no van a pagar impuestos cuando los más millonarios son ellos, lo que pasa es que saben que donde les cobren impuestos ponen a la gente en contra y hasta la vida la pierden, porque los que de verdad manejan la mente de la gente son las religiones.
  • Mar(60274)18 de abril de 2021 - 11:27 p. m.
    Lo que yo quiero decir es que desde que las cosas no tengan ni lógica, no hay nada, como eso de que las instituciones religiosas no pagan impuestos, apelando a dizque no funcionan con fines lucrativos y cómo que no, acaso sus costosas universidades no cobran matrículas carísimas para los salarios? acaso en una clínica de ella atienden gratis? son millonarias y no pagan impuestos, no tiene lógica.
Atenas(06773)18 de abril de 2021 - 12:53 p. m.
El resabido cuento de W.Ospina, con su trasfondo de "proletarios del mundo, uníos". En su cantinela anticapitalista se le muere la lista de otras grandes potencias q', dizq', igual aborrecen todo lo de Occidente, mas al interior de esos regímenes más padece su gente de oprobios sin par y constreñida su libertad, así edulcoren sus autarquías de salvadores capitalismos socialistas.
  • Armando(18556)18 de abril de 2021 - 03:06 p. m.
    ¿De qué manicomio escapó este Atenas?
  • Luis(14946)19 de abril de 2021 - 02:14 a. m.
    pobre pendejo !!
  • CarlosUribe(33105)18 de abril de 2021 - 07:32 p. m.
    Qué puede decir esta bestia, que muy seguramente jamás ha salido de Bogotá. Tiene razón Ospina, hay países, que aunque sus economías no sea perfectas, sí instauraron una especia de capitalismo humanista, donde es grato vivir, ejemplo Holanda, donde pase la mitad de mi vida.
Gines de Pasamonte(86371)18 de abril de 2021 - 12:21 p. m.
Tu análisis tiene validez, infortunadamente es una de las tantas quimeras irrealizables en nuestro suelo y lo sabes William. El quid o busilis de la cosa, está en quienes nos gobiernan y quienes somos los gobernados. Los primeros bribones, los segundos borregos. Así el statu quo permanece por siempre. ¡No lo dudes!
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