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Las peras y el olmo

Andrés Hoyos
12 de agosto de 2015 - 03:44 a. m.

Abundan las recetas para que en Colombia la frase “buen gobierno” deje de tener comillas.

Veamos algunas: los industriales/empresarios piden un ministerio y una política proactiva que diversifique la oferta, reduzca el contrabando y dinamice las exportaciones. La Andi, en su congreso anual, lanzará un libro sobre eso. Los tecnócratas quieren una reforma tributaria estructural que acabe de una buena vez con el desorden fiscal y que, ojalá, reduzca la desigualdad. Los agricultores piden subsidios, I & D y apertura de mercados, al tiempo que la agricultura intensiva enfrenta tantos obstáculos que más apetitosa resulta una sopa de engrudo. Las víctimas, con todo derecho, piden reparación. Todo el mundo pide justicia efectiva y educación de calidad. Las Farc piden —porque para pedigüeña esta organización inefable— curules, penas alternativas no penosas, zonas agrícolas exclusivas y no pare de contar. Hasta Carlos Lehder aspira a jubilarse en la Posada Alemana. Yo, por no quedarme atrás, quiero una política antidrogas más atrevida.

El problema surge cuando uno recuerda a quién le están pidiendo semejantes maravillas. Se trata de un Gobierno no reelegible (los gringos les dicen lame duck, pato cojo, por el poco poder que les queda), que a estas alturas no tiene ni el dinero ni la gobernabilidad ni el talante necesarios para dar virajes audaces. Pasados cinco años de azaroso ejercicio del poder, el presidente acusa cansancio y se defiende como puede de una nube de sanguijuelas, sobre todo de extrema derecha, que hacen lo posible por seguir desangrando a su presa. Por ejemplo, un lamentable accidente aéreo se convirtió en una conspiración malévola, para referirnos apenas a la última semana. En este episodio, personajes como Juan Lozano, Mauricio Vargas y Juan Carlos Pastrana han desempeñado un papel indigno. Que no digo digo sino que digo Diego, que el Black Hawk no cayó por accidente aunque, bueno, tampoco tengo pruebas de que lo hayan derribado.

Para ser justos, a falta de las maravillas que le piden, Juan Manuel Santos está embarcado en tres políticas trascendentales. La primera es el proceso de paz que, pese a la bronca que le cargan los distintos uribismos, sigue teniendo buen pronóstico, sobre todo porque si las Farc no se tragan el sapo que les ofrecen, ese sapo terminaría por tragárselas a ellas. Lo segundo que está en marcha es la modernización de la infraestructura del país. Sí, no todos los proyectos están bien estructurados y hay incoherencias, pero es tal el atraso en la materia que una mejora sustancial, así implique tal cual tropiezo, sería una tremenda inyección de adrenalina con un efecto multiplicador en casi todos los frentes de la economía. La tercera política clave, la restitución de tierras, va a un ritmo exasperantemente lento.

Octavio Paz tituló uno de sus libros: Las peras del olmo. Pues bien, era un brillante juego de palabras, ya que en la vida real los olmos, dígase el gobierno de Santos, siguen sin dar peras. Por eso mismo convendría que todo el mundo rebajara sus expectativas a lo que en otros tiempos se conocía como el programa mínimo. Eso, entre otras, le permitiría al Gobierno sacar adelante los proyectos trascendentales con los que ya está comprometido. Cierto, en los demás terrenos no se puede cruzar de brazos y algo tiene que hacer. Pero propongan cosas ajustadas a la realidad, porque las peras del olmo son objetos de la fantasía surrealista.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

 

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