Las plagadas calles desiertas

Arturo Guerrero
24 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.

¿Por qué unos pocos hombres y mujeres —valga el equilibrio de género— son capaces de hacernos insoportable la vida? Son los que más gritan, los intemperantes. Son minoría pero zapatean como si todo el salón tuviera obligación de acompasarse con su insolencia.

Aparecen en las redes sociales y aturden entre manoteos el aire donde a duras penas consiguen orientarse los pájaros. Mantienen a este infeliz país en estado de saturación anímica. Han empujado la carreta nacional hasta el borde de la defenestración.

Sería indecente repetir la lista de sus sandeces. Sería favorecer el enturbiamiento de la atmósfera. Cada transeúnte se ahoga bajo la capa de insidia que esos fastidiosos esparcen en lo que antes era un campo habitado por gente limpia.

Los campesinos tiemblan antes de que truene la bomba enterrada. Salen en carrera porque el que se quede tendrá una fosa común, que es la más común de las fosas. Sus hijos se esconden del color verde camuflado, antes de engrosar la lista de logros gentilmente ordenados por el general.

En las ciudades acecha el cuchillo. Hay cuchillos metálicos y los hay instalados en la mirada de quienes marchan virando a ambos lados no sea que se crucen con el diablo. Las aceras, así, se volvieron una lotería para llegar a salvo a la casa.

Escribió Fernando Pessoa que “una calle desierta no es una calle por la que no pasa nadie, sino una calle donde los que pasan, pasan por ella como si estuviese desierta”.

Así está Colombia en estos tiempos de ferocidad de unos pocos sobre el susto de 50 millones. Es prudente no saludar, apretar el paso, ni siquiera dar la cara para el saludo de otros días. Colombia no es una calle desierta sino como si estuviera desierta. Escóndase, cierre cortinas, atúrdase escuchando noticias, una tras otra la más lastimera.

Minuto a minuto, hora a hora, los vociferantes han alterado el sistema nervioso general. Hoy esto es una olla pitadora cuyo único escape de vapor es el aguante de las mayorías. No se sabe quién ganará la carrera, si los alimentadores de la caldera o esa resistencia mayoritaria que tiene que darles arroz con huevo a los hijos.

¿Cómo se hace pasable la existencia de los habitantes plagados de azufre? Los ricos se evaden con las series medievales de tronos, entre soplos del polvo que hace rendir la noche. Los pobres sofocan fiebres entre aguardientes y lances de bandas. Todos se narcotizan con la dosificación inagotable del fútbol, estupidez que se ejerce a patadas.

Pessoa se hace cada colombiano y concluye diagnosticando el espesor de nuestro desamparo: “Hay días en los que por mí sube, como desde la tierra ajena a la cabeza propia, un hastío, una pena, una angustia de vivir que solo no me parece insoportable porque de hecho la soporto. Es un estrangulamiento de la vida en mí mismo, un deseo de ser otra persona manifestándose en todos los poros, una escueta noticia del fin”.

arturoguerreror@gmail.com

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