Las recientes victorias de este pueblo

Ignacio Zuleta Ll.
13 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Hace apenas unas semanas en esta columna comparé la situación de Tumaco con la famosa madre de todas las bombas.

Pero la situación general de la región reventó un poco más arriba: allí en Buenaventura. Como las avalanchas anunciadas, el Paro Cívico se veía aproximarse por más de un lado; no obstante, lo que no parecía tan fácil de prever era que, por ahora, vencería en la batalla contra una corrupción y un deterioro enquistados en el puerto marítimo más importante de Colombia. ¿Qué tiene que perder un pueblo al que se lo ha despojado de sus bienes básicos, comenzando por el agua? Nada. Los analistas argumentan que las pérdidas para “el país” fueron enormes. Pero es una cuestión de perspectiva. ¿A qué país se refieren cuando sabemos que los dueños de los puertos y la carga —muchos de ellos extranjeros— son menos del uno por ciento de la población y se llevan sin exagerar una tajada del 99? Al Distrito Especial, Industrial, Portuario, Biodiverso y Ecoturístico de Buenaventura, sin mencionar otros lugares del Pacífico, le dejan a duras penas las migajas. Buenaventura es la sinopsis del país: desigualdad, violencia, expoliación de un pueblo al que le habían robado incluso la esperanza. Por eso el Paro Cívico era una necesidad y estaba justificado con creces; despertó una solidaridad sin precedentes y obligó al poder centralizado a enfocar su mirada hacia estas costas. La victoria de la paciencia y la templanza de la gente del puerto reside entre otras cosas en haber obligado a los políticos y gobernantes a enfrentar las razones de por qué Colombia es una de las naciones con mayor desigualdad en este globo.

Una economía obsoleta para el momento histórico del planeta, basada en la falacia de un crecimiento ilimitado con recursos evidentemente limitados, y apoyada en el consumo como rasero de una felicidad de pacotilla, tiene que explotar por algún lado. Imposible no citar a Gandhi cuando aseguraba que la tierra puede proveerle su sustento a la humanidad, pero su riqueza no alcanzaría para saciar a un solo hombre codicioso.

Sin embargo, hay logros de nuestro pueblo raso y soberano que, haciendo uso de los mecanismos constitucionales que parecían dormir en el papel, le han permitido a las comunidades optar por un rotundo no a la minería en La Colosa, un rechazo a la exploración y explotación petrolera en Cumaral, una opción por el agua en Jericó y un despertar de las llamadas comunidades de base que entienden que, de verdad, la unión hace la fuerza. ¿No es acaso el ideal de la política —palabra malograda— la libertad ciudadana para organizarse, para pensar y actuar y hacer valer su voz? Desde luego durante el Paro Cívico no faltó quien dijera que detrás de esta huelga cívica ejemplar había “fuerzas políticas”. ¿Y qué esperaban? Si precisamente eso es, en términos castizos, la política en un Estado social de derecho y democrático según dicen los libros y no en lo que impusieron los corruptos que, con su codicia, perversidad y mal ejemplo, convirtieron el término política en sinónimo de peste.

 

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