Si Joe Biden gana las elecciones del próximo 3 de noviembre, Donald Trump podrá contarles a sus nietos que no lo derrotaron sus adversarios sino las siete plagas de Egipto.
Como si supiera que le va la vida en ello, la naturaleza ha arreciado en sus crisis y tiene a los Estados Unidos convertidos en uno de los escenarios más dramáticos de la historia contemporánea. El virus amenaza con ser más costoso en vidas que la guerra de Secesión y que la Segunda Guerra Mundial.
Ni siquiera el fin de la guerra de Vietnam ni la demolición apocalíptica de las Torres Gemelas han humillado más el orgullo de los amos del mundo como este enemigo invisible y silencioso que desconocemos todavía tanto que hasta nos parece selectivo, caprichoso, irónico y cargado de oscura intencionalidad.
Claro que en la naturaleza no hay nada de eso: es nuestra fragilidad humana la que engendra esas fábulas, pero no hay manera de evitarlas porque somos los humanos los que vivimos la historia y los que la interpretamos.
No es solo el virus, es la manera absurda como Trump ha cerrado los ojos ante él, incluso cuando ya lo tenía en la garganta. Es como un personaje de Kafka que cegado por la ambición de lo que persigue se negara a ver las zanjas que se abren entre él y su objetivo: una actitud nada recomendable para cualquier ser humano, pero fatal para un dirigente.
Desde el anuncio voluntarista de que el brote se iría con el verano, pasando por el ejemplo irresponsable de no usar mascarillas, hasta la promesa engañosa de que habría una vacuna antes de la elección, Trump ha sido en su país el mejor aliado de la pandemia, y basta comparar las cifras de Japón con las de Estados Unidos para ver la diferencia que hay entre una cultura y un supermercado.
Todo parece indicar que no es el virus el que se comporta distinto, sino las sociedades. Eso no significa que todos no corramos el mismo riesgo, pero es evidente que la prudencia ayuda.
Lo cierto es que más allá de la pandemia y de la prepotencia del gobernante, otras plagas han agravado la crisis. El cambio climático que Trump se ha negado a asumir ha encendido los bosques del oeste como intentando que lo alcancen a ver desde Washington. Una ola de indignación contra la arrogancia de los supremacistas y contra el racismo de la policía ha sacudido al país, y las manifestaciones no cesan. No se veían protestas de estas dimensiones contra la segregación racial desde los años 60, y eso significa que los Estados Unidos están necesitando grandes reformas.
Pero la manera de manejar todos estos asuntos ha llevado por primera vez a una fisura del consenso centenario que mantenía la estabilidad de la Unión Americana. Visiones totalmente enfrentadas frente a la salud pública, frente al tema racial, frente al poder policial, frente al manejo de las armas, frente al cambio climático y frente a la inmigración van a exigir un esfuerzo de entendimiento que estará muy por encima de las capacidades de un líder temperamental y narcisista como Donald Trump.
Pero las dos plagas que faltan ya arrojan su sombra sobre esta elección decisiva: una es el colapso económico que apenas se insinúa, pero que ya estremece las bolsas, ha afectado el empleo y hasta ha hecho visibles las filas del hambre ante los centros asistenciales de las grandes ciudades. Este tema sí que requiere un manejo sereno y menos impaciente.
Y por último hay que ver el entorno mundial, con sus tensiones crecientes. Los mayores desafíos están en varios puntos candentes del planeta: Siria, Irán, Venezuela, y sobre todo Taiwán, que es hoy el principal límite para el poderío de la China sobre el Pacífico. Frente a la China, por el este, se alza hoy una especie de muralla formada por Japón, por Taiwán y por las Filipinas. Ese mapa cambiará a la larga: la China sabe que eso solo depende de su propio poder, que en 70 años ha crecido de un modo asombroso, y la China sabe esperar.
El mundo que nos aguarda después de esta pandemia es un enigma, pero ahora sabemos que todo estará marcado por ella, tanto en la vida cotidiana como en las grandes jugadas del ajedrez planetario.
No sabemos si Joe Biden sabrá jugar ese juego. Yo sé que la posibilidad de un futuro va a depender sobre todo de los pueblos, de las ideas y de grandes valores en gestación.
Pero si gana Trump me temo que no habrá nietos a quienes contarles la historia.