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Las vanidades producen ideas mezquinas

Rodrigo Lara
17 de septiembre de 2013 - 10:56 p. m.

Mientras que Álvaro Uribe lanza su candidatura al Senado con un discurso de candidato presidencial y anuncia una lista coherente con su liderazgo, los señores de la unidad nacional se sacan los ojos entre sí por pequeñas y triviales disputas.

El único perjudicado de estas reacciones de pequeña política es naturalmente Juan Manuel Santos, el cual, es banal recordarlo, no está viviendo un buen momento en las encuestas. La opinión pública recibe muy mal estas mezquinas peleas de intendencia, porque revelan a una clase política tradicional aferrada a pequeños privilegios, desconectada de los verdaderos problemas del país y que dedica sus energías a fortalecer feudos burocráticos más que a trabajar por las verdaderas necesidades de la población.

El divorcio entre esta clase política y el país es flagrante. Colombia acaba de salir de unos paros agrarios que sacudieron los cimientos de la Nación y en lugar de escuchar a los partidos de la unidad nacional discutir prioritariamente los problemas del campesinado, el país se sorprende una vez más de ver autistas políticos imbuidos en la lucha de los puesticos y del frívolo protagonismo.

No deja de sorprender también que, en vísperas de una campaña reeleccionista difícil, integrantes de la unidad nacional se dediquen a armar pataletas en contra de Germán Vargas Lleras. ¿Acaso el liberalismo o la U pueden ofrecerle a Santos un jefe de debate mejor que Vargas?

En resumidas cuentas, como lo señaló Napoleón Bonaparte, los ambiciosos secundarios sólo expresan ideas mezquinas. Colombia enfrenta hoy una amenaza externa sin precedentes con el expansionismo del filibustero régimen de Managua y nuestra clase política —como quedó patente este comienzo de semana— parece preocuparse más por la pequeña política terruñera que por la alta política del concierto de las naciones.

La historia universal nos enseña que en todos los regímenes del mundo han existido élites políticas. Lo que cambia de un lugar a otro es tanto la manera de seleccionarlas como la forma en que éstas han liderado a sus naciones.

Las élites que conducen con éxito a sus países se han caracterizado por el orgullo con el que desempeñan sus funciones, mientras que las que llevan a sus naciones por los caminos de la mediocridad han tenido el infortunio de sólo contar con un sentimiento de vanidad.

 

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