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Las venas siguen abiertas

Oscar Guardiola-Rivera
15 de abril de 2015 - 02:45 a. m.

Sus palabras recorrieron este continente que no cree serlo. Ni periodista ni historiador, dijo más verdades que todos ellos.

Dijo que la economía global es una expresión del crimen organizado. Y eso es verdad. Dijo que el código moral de esta época no condena la injusticia sino las pérdidas. Y eso es verdad. Dijo que en tiempos de obligada uniformidad la única igualdad consiste en los hábitos que nos imponen. Y eso es verdad.

Dijo que la utopía se aleja diez pasos al acercarnos, pues lo suyo es hacernos caminar. Dijo que somos hijos del tiempo, y del fútbol, que es una pasión irrenunciable. Verdades existenciales. Dijo que la violencia, espectáculo y objeto de consumo, produce ganancias.

Tantas verdades no caben en sus obras completas.

Su prosa no provenía del barroco Antonio Vieira sino del emberracado Guamán Poma. Y sabía bien que aunque son éstas las dos tradiciones retóricas más poderosas de nuestro continente que no reconoce serlo, hoy sólo de la primera se habla.

Esa primera va del jesuita Vieira al secular Vargas Llosa. Es la invitada de honor a los convites de Palacio, los festivales literarios y los grandes premios. No porque sea la mejor sino porque es un hábito impuesto y un objeto de consumo.

A la segunda, la que él honró con su prodigiosa memoria, se la trata y retrata como secundaria, melancólica y atrasada. Así tratan y retratan a lo indígena y a Nuestra América quienes piensan que doscientos años y varias revoluciones después aún somos de España, de González y Aznar, y de Gas Natural, Prisa y Telefónica.

A los sucesores de la segunda, y los hay, si se los publica no se los traduce y si se los traduce no se los distribuye. No porque sus escrituras sean peores, sino porque la tradición que ellos reinventan se resiste a ser un mero objeto de consumo y llama a romper con los hábitos impuestos.

Por crítica y militante se la expulsa del centro a la periferia. Por exotizante y politizada. Por setentófila, inmoral y violenta. Pero es la primera, por ser un hábito impuesto y contribuir a la tiranía actual de las opiniones, la que es violenta.

Sus escritos sobre los recursos naturales como un destino son hoy más relevantes de lo que fueron en los setenta. El mismo petróleo que condenó a muerte a Ken Saro-Wiwa en Nigeria ha transmutado la violencia colombiana en oro y ganancias para Pacific Rubiales, y en donaciones para cimentar el poder político de la dinastía Clinton en Estados Unidos. Es el mismo que arrodilla a los gobiernos progresistas de Brasil y Venezuela.

Entre los indios del Orinoco, cuando alguien muere sus cenizas se mezclan con plátano y todos las consumen. Tras la ceremonia nadie nombra al muerto otra vez. Pues ahora vive en otros cuerpos y bajo otros nombres camina y escribe. Las venas siguen abiertas.

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