Las voces radicales

Augusto Trujillo Muñoz
15 de febrero de 2019 - 11:21 a. m.

Por mala que sea una paz, es mucho mejor que una buena guerra. La paz depende de la acción de los gobernantes, pero también de la convocatoria que estos hagan a los ciudadanos para obtenerla y preservarla. Como la democracia, la paz no es un objetivo final sino una conquista cotidiana. Es preciso convertirla en una cultura.

En 1957 los colombianos votaron copiosamente por la convivencia y rodearon al gobierno en sus inequívocos propósitos de paz. Vale la pena recordar los exitosos resultados del equipo dirigido por el presidente Alberto Lleras y por el maestro Darío Echandía como gobernador de la región donde fue más honda la perturbación y más sanguinario el conflicto.

Lleras anunció que la autoridad no sería vara rígida, sino benigna gestión capaz de garantizar “que la paz y el orden imperen sobre la tierra arrasada”. Echandía expresó que no tenía sentido indagar sobre los orígenes del incendio, sino apagar sus llamas devastadoras. La convivencia exige superar “un sentimiento pertinaz de desconfianza rencorosa, que obra como ácido e impide la cohesión de todas las buenas voluntades”.

Convendría que quienes hoy tienen relación con el tema –en el gobierno, en la política, en la academia- repasaran aquel proceso de paz que, ciertamente, fue ejemplar en el mundo. Por desgracia, unos olvidaron esa historia y otros nunca la aprendieron. O están demasiado jóvenes como para encontrar útil aquella experiencia. El comisionado para la Paz y el consejero para la Estabilización y la Consolidación se ven más preocupados por el incendio mismo que por apagar sus llamas. En sus palabras se asoma todavía aquella “desconfianza rencorosa” y de ellas se colige que, si bien el gobierno no tiene intención de frenar lo pactado, tampoco tiene interés en estimularlo.

El terrorismo del Eln y los delirios del vecino dictador nos impusieron otra agenda. Nadie volvió a hablar de lucha contra la corrupción o contra la desigualdad. La misma lucha contra los cultivos ilícitos, estaría quedando en un segundo plano. Seguimos teniendo más territorio que Estado, sin hacer nada para corregir semejante peligroso gatuperio. En cambio, caminamos de regreso hacia una cultura de la confrontación, ignorando que de ella se desprendieron todas las violencias de nuestra historia.

Humberto de la Calle le expresó a la periodista Marisol Gómez que en el gobierno hay un lenguaje confuso que es necesario aclarar si se quiere avanzar hacia el acuerdo nacional que el jefe del Estado ha promovido. Tiene razón. El presidente Duque no es provocador. Por el contrario, suele insistir en la conveniencia de los acuerdos. Pero en el seno de los sectores que lo apoyan hay voces agresivas, pendencieras, belicosas que, como dice De la calle, están haciendo revivir cierta nostalgia de la guerra.

Es preciso neutralizar las voces radicales y recuperar en la conciencia ciudadana la idea de que el futuro puede ser mejor que el presente. La convivencia florece cuando los hombres recuperan su fe en los valores del espíritu, en la posibilidad del progreso, en la vigencia plena del Estado de Derecho. Pero, como también lo dijo el maestro Echandía, esa no es sólo una empresa militar o policiva. Es una tarea de regeneración social.

@Inefable1

* Exsenador, profesor universitario.

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