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Las vueltas del poder

Alfredo Molano Bravo
04 de abril de 2010 - 04:00 a. m.

LA SEMANA SANTA ES UN BUEN TIEMpo para mirar para atrás o para adentro.

Leyendo, sin mayores molestias que las que me proporcionan las motos sin silenciador y los aparatos de sonido con megaparlantes, pasaron por mi mesa dos figuras borradas por la historia oficial: el indio Victoriano Lorenzo y el negro Manuel Saturio Valencia. Con diferencia de tres años fueron fusilados; en la Plaza de Chiriquí en ciudad de Panamá, uno (1903), y bajo una ceiba frente al cementerio de Quibdó, el otro (1907). Victoriano fue el secreto de los pocos y pírricos éxitos de las tropas liberales que desde Panamá luchaban contra el gobierno conservador en la Guerra de los Mil Días. Era indígena y se había rebelado contra el pago de diezmos, el trabajo forzado y el robo de tierras por parte de la Iglesia, los comerciantes y los hacendados. Acostumbrado a ir con su gente a las fiestas, y a la guerra, obtuvo rápidos triunfos guerrilleros contra el ejército conservador y fue nombrado general por los jefes liberales. Cercados los revolucionarios por la traición, el ejército de Marroquín y las tropas norteamericanas, Benjamín Herrera accedió a firmar la llamada Paz del Wisconsin. Se dice que una de las cláusulas secretas era la muerte del guerrillero. Fuerte en las montañas, y bien armado, el indio Victoriano Lorenzo era contrario a la entrega de las armas y, por tanto, —como sucedió— del istmo. Benjamín Herrera lo atrajo y, traicionándolo, lo capturó. El gobierno conservador —su enemigo— lo fusiló el 15 de mayo de 1903. El consejo de guerra lo había condenado a muerte en 24 horas. Para los colombianos es una figura enterrada; para los panameños, un héroe.

El 7 de mayo de 1907 cae fusilado Manuel Saturio Valencia bajo la ceiba. Había nacido en Quibdó; fue educado por los capuchinos en Popayán y al regreso al Chocó lo nombraron maestro. En la Guerra de los Mil Días combatió en la tropa conservadora y fue ascendido a capitán. Con la paz se convierte en el primer juez penal de raza negra del departamento. Era ilustrado, enamorado y algo levantisco. Quibdó era un pueblo que giraba en torno a Panamá y a Cartagena. El Chocó era más panameño que caucano, aunque las minas de oro fueran de los Mosquera, los Valencia, los Arboleda. Bogotá temía que los panameños le echaran mano a las cuencas del Atrato y San Juan y el general Reyes —comerciante y dictador— quería cerrarle el paso a esa eventualidad haciendo un acto de soberanía. Encontró el perfecto pretexto: Manuel Saturio Valencia era acusado de intentar incendiar a Quibdó lanzando una tea encendida en la casa de uno de los más prestantes comerciantes, un señor Perea. La ciudad vivía en verdadero apartheid: la carrera primera era blanca —cartageneros, payanejos y sirio-libaneses—, el resto del pueblo, negro. Reyes —que era cauchero— quería que las minas de oro y platino fueran explotadas por grandes compañías extranjeras y no por sus coterráneos con métodos artesanales. Pero esas empresas requerían garantías de inversión: llevarse los minerales sin pagar impuestos y controlar militarmente la región. Manuel Saturio se oponía a que el Chocó fuera entregado y como tenía una cierta influencia social en la población negra se convirtió en el chivo expiatorio perfecto. Lo fusilaron después de un consejo de guerra de 24 horas. En realidad su crimen no había sido el intento de quemar el pueblo sino de haberse acostado y haber preñado a una de las señoritas de la carrera primera. Unos años después se instala la Chocó Pacífico en el río San Juan, una compañía norteamericana que sacó tanto oro y platino de la región que pudo regalar el Yankee Stadium a la ciudad de New York. Todo parece repetirse con calculada regularidad.

 

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