Lawfare

Oscar Guardiola-Rivera
22 de noviembre de 2017 - 03:00 a. m.

Toda revolución es un intento por escenificar  de nuevo el sacrificio del rey. Quienes aceptan esa verdad revelada por la antropología y la historia universal, como Roberto Calasso, pueden ayudarnos a comprender mejor los dilemas de nuestra situación contemporánea. Algunos tan complejos en apariencia como la crisis plurinacional española, el ascenso del fascismo en Trumplandia, o la reacción contra la paz protagonizada por un grupo de congresistas colombianos cuyos nombres deberían en adelante ser consignados a la historia universal de la infamia.

La verdad modesta de la que hablo define lo que suele llamarse justicia transicional.  En resumen, la forma ritual de esta última sigue la tradición según la cual el rey puede ser sustituido en el lugar de ejecución por uno de sus generales, y éste a su vez por su caballo pues se trataría del animal más cercano al comandante y por lo tanto el más apropiado para reemplazarlo en el altar sacrificial. Este era el fundamento del ashvamedha, el sacrificio ritual del caballo en el origen de la soberanía en la India védica.

Nada más lejos por supuesto de la España, los EE.UU. y la Colombia contemporánea que la India de los Vedas. Desde la Revolución Francesa al rey no se le sacrifica, se lo guillotina.  Y al menos desde los juicios de Nuremberg a él o a sus generales se los sentencia. El paso del sacrificio a la sentencia representa la transición que separa como un rayo los tiempos antiguos de la modernidad liberal, cuya política de derechos humanos encuentra en Nuremberg el precedente de una transición constitucional o la Jurisdicción Especial de Paz. Dichas épocas divergen en todo menos en una cosa: la necesidad de sustituir a la víctima.

Los reaccionarios del Congreso colombiano, como sus equivalentes en la España post-franquista y en Trumplandia, buscan poner a los perpetradores en el lugar de las víctimas. Por ello responden a la relativa impunidad concedida a los revolucionarios con la impunidad total para dos actores sin los cuales nuestra guerra es incomprensible: los generales que la cohonestaron y los civiles que la financiaron beneficiándose de ella.

Ya desde Nuremberg fue explícita la necesidad de incluir la cuestión acerca de la causa económica de la guerra, no para perseguir a empresarios sino para reconocer que hoy el lugar del sustituto universal lo ocupan el dinero y la ganancia. He allí la verdadera causa de las guerras. Excluirla es justificar la corrupción de la justicia y el sacrificio de las víctimas en el altar del dios Dinero. Es lo que quieren hacer los reaccionarios y quienes como ellos pervierten la ley al declararla haciendo de ella un arma más de guerra. Quieren hacernos creer que los responsables fueron los caballos.

 

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