Lealtades disfrazadas de argumentos

Catalina Uribe Rincón
20 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Cuando Álvaro Uribe difamó a Daniel Samper Ospina al llamarlo violador de niños, varios de sus seguidores salieron a defenderlo. El debate se desvió hacia la discusión de si el humor de Samper es o no el apropiado, o de si los periodistas persiguen o no a Uribe como si se tratara de un concurso al más ultrajado. Solo unos pocos abordaron directamente el tema en cuestión: un periodista fue acusado por un senador y expresidente de violar niños.

Los pocos que fueron al quid del asunto defendieron a su líder afirmando, por ejemplo, que el expresidente “estaba haciendo referencia a la violación de la intimidad que ha hecho el humorista a la hija de Paloma Valencia”, o incluso sacaron el diccionario y explicaron que violar también significa “tratar mal de palabra a alguien para humillarle”. Es claro, sin embargo, que el conjunto de palabras “violador de niños” solo significa una cosa en esa unión y en ese orden: abusador sexual de menores de edad. No se puede desmembrar una frase utilizando un diccionario como si el sentido dado por el uso no tuviera tras de sí todo el peso del lenguaje.

Es tan evidente que el significado de “violador de niños” no es equívoco, que lo único que queda por discutir es el sentido y valor de la lealtad de quienes incluso insisten en refundar el idioma para proteger a su señor. Vale la pena recordar que, entre muchas otras cosas, lo que permitió perpetuar el conflicto armado, y sigue alimentando el narcotráfico, es una cultura de clanes, apadrinamientos, cadenas de favores, y carteles de mando que tienen como único valor la lealtad. Una virtud que, además, necesita de ocasión para probarse digna. ¿O qué sería del valor sin la batalla, de la fe sin la duda, de la templanza sin la tentación?

Pero la lealtad incondicionada es un valor de otro tiempo. Ser honesto, sensato y moderado es quizá menos heroico pero más valioso para el mundo de hoy. Lo que evidenció el comportamiento de los seguidores de Uribe es que andamos enfrascados en un mundo premoderno dispuesto a desechar lo razonable por la convicción, a pretender autonomía mientras se comisiona el propio pensamiento, y a mostrar que la obediencia tiene más valor que la independencia. La militancia medieval produce algo de nostalgia, pero sacada de su época se hace grotesca.

 

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