Lecciones de historia

Valentina Coccia
24 de noviembre de 2017 - 04:00 a. m.

Hasta el momento, el transcurso del tiempo ha adquirido las más distintas formas en el imaginario de pueblos y civilizaciones. Muchos materializaron el tiempo de forma etérea, como la arena que de un envase a otro va pasando, extinguiéndose poco a poco, como la vida a que se va consumiendo con el transcurso de las horas. Otros contabilizaron el tiempo observando los indicios de la naturaleza. Con los avances de la ciencia hemos contabilizado el tiempo en el reloj, cuyos minutos corren veloces detrás de unas manecillas que una y otra vez van dando vueltas, dándonos la ilusión de que ese tiempo que tenemos contado realmente es infinito.

Así como han sido muchas las formas de concebir el paso cotidiano del tiempo, también han sido muchas las formas de contabilizar, medir y diagramar el tiempo histórico, ese que le dio comienzo a nuestros días y que sigue caminando a pasos agigantados por los linderos del siglo XXI. En nuestro caso, la civilización occidental decidió representar la historia en una línea del tiempo, que nace en los albores iletrados de la humanidad para ir evolucionando en un concepto cada vez más depurado de nuestra especie. Esta noción de tiempo, tomada de la teología judeo-cristiana (pues no es gratis que la historia de la humanidad se divida en el antes y el después de Cristo), ha hecho de la historia una disciplina bastante limitada. Aunque en nuestro siglo hemos hecho notables avances en el estudio de la historia, en las escuelas se sigue enseñando bajo este concepto “evolutivo”, y lo que es más grave aún, bajo el concepto de un montón de hechos que hay que memorizar para “impedir que vuelvan a ocurrir”.

Con el feliz retorno de la historia a las aulas de clase a partir del 2018, me gustaría hablar un poco de los prejuicios que se tienen alrededor de esta disciplina y sobre cómo, a mi parecer, la historia debería ser enseñada a través de actividades más dinámicas e interesantes.

En primer lugar, es importante que maestros y líderes educativos separen la disciplina de la historia del concepto de “progreso”. La historia como disciplina fue un invento de el siglo XIX: en este siglo muchas naciones alrededor del mundo estaban buscando su unificación e independencia y utilizaron la historia como herramienta para justificar su evolución como pueblo. Alrededor de este concepto, las civilizaciones previas (como la griega, la romana, la fenicia o la egipcia) fueron consideradas como etapas importantes de un proceso de depuración cuyo máximo pico ha sido hasta el momento la constitución de la moderna civilización occidental. La metáfora viviente de dicho concepto se ha construido en los museos europeos. Por ejemplo, en nuestro recorrido por el museo del Louvre visitaremos las distintas etapas cronológicas de la historia hasta llegar a la revolución francesa, que para el momento de la apertura del museo, era el máximo pico de la civilización occidental. Este concepto, que permanece en el pensum de las escuelas, no solo limita el estudio de los acontecimientos, sino que además omite la profundización sobre las espirales que han dado ciertos acontecimientos históricos o sobre los “retrocesos” que se han verificado en ciertos hechos y acontecimientos . Por ejemplo, ¿por qué en la época romana se implementó el uso del acueducto y por qué luego, durante la edad media, se perdió completamente el uso este avance tecnológico?

Otro de los prejuicios que cubren a la disciplina de la historia de sombras y tabúes es que la historia es únicamente el relato de los hechos políticos oficiales. En la memorización de fechas importantes, nombres de batallas y lugares geográficos no se encuentra el alma de la historia, que además, desde este punto de vista se convierte en una disciplina extremadamente aburrida. En el caso del estudio de la historia de Colombia de poco le va a servir a los alumnos aprenderse de memoria los ocurrido en la batalla del 7 de agosto o conocer con pelos y señales los acontecimientos del 20 de julio, con sus causas y consecuencias respectivas. La historia no está en la memorización de los acontecimientos oficiales, sino que, contrariamente, encuentra su lado más interesante en el estudio de los acontecimientos extra-oficiales. Por ejemplo, en el caso del estudio de la violencia sería mucho más interesante escuchar los relatos de las víctimas que aprender en qué año se conformó la guerrilla de las Farc. Este tipo de hechos despiertan la curiosidad, enriquecen el estudio de los acontecimientos oficiales, y además les enseñan a los estudiantes que la historia no juzga a su objeto de estudio como lo hacían los historiadores de la línea del tiempo, sino que ahonda aún más en aquello que justamente es distinto del presente que habitamos.

Finalmente, los docentes de historia deberán recordar que la historia no es un ejercicio de memoria sino es un ejercicio de imaginación. En vez de invitar a los estudiantes a memorizar un cúmulo de hechos, deben incentivarlos a buscar las respuesta a las preguntas que nos pone el presente. Al fin y al cabo, el oficio del historiador consiste en buscar ciertas fuentes e imaginar un relato que le de una respuesta satisfactoria a su pregunta. Antiguamente solo la búsqueda de fuentes de archivo hacía válido el trabajo del historiador, pero hoy en día la historia se ha nutrido de otras disciplinas (la antropología, la sociología, los estudios culturales) que le han enseñado a utilizar otro tipo de fuentes además de la escrita. La oralidad, el arte pictórico, la literatura y el cine (solo por mencionar algunos de estos elementos) se han convertido en fuentes válidas para la investigación histórica, y el uso de estas herramientas en las aulas de clase de seguro haría de la historia una actividad más interesante para los estudiantes.

El feliz retorno a las aulas de esta disciplina puede llegar a formar una generación más consciente de los procesos sociales, más empática, solidaria y comprensiva, pero la asimilación de la importancia de esta materia está solo en las manos del docente, que debe aprender a incentivar el viaje de sus alumnos a través del laberinto del tiempo.

@valentinacocci4 

valentinacoccia.elespectador@gmail.com

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