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                                                                                                                              La guerra en pretérito perfecto

                                                                                                                              Pensando en pretérito recuerdo a mi maestra del colegio, no a la de español sino a la de historia, aquel día de mi pasado en que aprendí quizá lo más importante que hay que saber sobre el pasado de todos.

                                                                                                                              Inició ella la clase anticipando que todo lo que estábamos por ver comenzaría en el frenesí de una muchedumbre con la ilusión herida de muerte por tres balas que atravesaron a un hombre llamado Jorge Eliécer Gaitán, llevándose con su vida la esperanza idealizada de un pueblo huérfano. Nos invitó entonces a abrir el nuevo capítulo de nuestros libros de estudio y me encontré aquel título que nunca olvidaré: 1948-1957, La época de La Violencia.

                                                                                                                              Recuerdo mi confusión al ver aquel título, pues luego de haber pasado por el genocidio colonial, las batallas de independencia, las guerras civiles y la masacre de las bananeras, yo pensaba que el tema de la violencia lo habíamos iniciado cuatro capítulos antes y 500 años atrás.

                                                                                                                              Después descubrí que tal periodo había sido tan novedoso en las modalidades para matarnos entre colombianos, que se hizo necesario resignificar el concepto de violencia para poder categorizar todas las nuevas formas de aniquilarnos.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Intrigado con tal surrealismo pregunté luego en casa sobre aquello, encontrándome para mi asombro con el testimonio directo de mis padres, quienes narraron los episodios atroces de los que fue testigo su infancia.

                                                                                                                              Por fortuna, de dichos horrores podía escaparme al instante recordando que no eran mis ojos los que estaban viendo tales infamias, sino tan solo una memoria imaginada sobre un tiempo que había quedado atrás y que, por lo tanto, todo ello no era más que la referencia a una guerra del pasado.

                                                                                                                              Fue entonces cuando aprendí de la historia algo más que nombres, hechos, fechas y lugares. Adquirí la noción de la impermanencia de todo lo que somos y todo lo que nos rodea. Todo cambia, y en tanto nuestra historia, los seres humanos tenemos en nuestras manos el poder de hacer que los cambios acontezcan.

                                                                                                                              Es esta conciencia la que hoy me mantiene atento al resurgimiento de fanatismos y autoritarismos, y la que al mismo tiempo me permite concebir con esperanza la finalización de nuestras barbaridades y estupideces vigentes.

                                                                                                                              Ahora mismo la historia de nuestro país sigue avanzando en la dirección que hemos elegido, pero no hay pueblo condenado a un destino distinto al de su anhelo de paz, pues tal utopía será siempre imperfecta en tanto su perfecta naturaleza es estar en permanente construcción.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Fernando Velásquez Restrepo.

                                                                                                                              Envíe sus cartas a lector@elespectador.com.

                                                                                                                              Pensando en pretérito recuerdo a mi maestra del colegio, no a la de español sino a la de historia, aquel día de mi pasado en que aprendí quizá lo más importante que hay que saber sobre el pasado de todos.

                                                                                                                              Inició ella la clase anticipando que todo lo que estábamos por ver comenzaría en el frenesí de una muchedumbre con la ilusión herida de muerte por tres balas que atravesaron a un hombre llamado Jorge Eliécer Gaitán, llevándose con su vida la esperanza idealizada de un pueblo huérfano. Nos invitó entonces a abrir el nuevo capítulo de nuestros libros de estudio y me encontré aquel título que nunca olvidaré: 1948-1957, La época de La Violencia.

                                                                                                                              Recuerdo mi confusión al ver aquel título, pues luego de haber pasado por el genocidio colonial, las batallas de independencia, las guerras civiles y la masacre de las bananeras, yo pensaba que el tema de la violencia lo habíamos iniciado cuatro capítulos antes y 500 años atrás.

                                                                                                                              Después descubrí que tal periodo había sido tan novedoso en las modalidades para matarnos entre colombianos, que se hizo necesario resignificar el concepto de violencia para poder categorizar todas las nuevas formas de aniquilarnos.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Inolvidable se me hizo aquel escalofrío que sentía al imaginar las cajas de regalo con dedos recién cortados como encomienda; a los caballos jineteados por el mensaje de cuerpos decapitados y las lenguas de hombres extraídas de sus gargantas para ser lucidas como corbatas sobre los cuerpos vestidos de barbarie.

                                                                                                                              Intrigado con tal surrealismo pregunté luego en casa sobre aquello, encontrándome para mi asombro con el testimonio directo de mis padres, quienes narraron los episodios atroces de los que fue testigo su infancia.

                                                                                                                              Por fortuna, de dichos horrores podía escaparme al instante recordando que no eran mis ojos los que estaban viendo tales infamias, sino tan solo una memoria imaginada sobre un tiempo que había quedado atrás y que, por lo tanto, todo ello no era más que la referencia a una guerra del pasado.

                                                                                                                              Fue entonces cuando aprendí de la historia algo más que nombres, hechos, fechas y lugares. Adquirí la noción de la impermanencia de todo lo que somos y todo lo que nos rodea. Todo cambia, y en tanto nuestra historia, los seres humanos tenemos en nuestras manos el poder de hacer que los cambios acontezcan.

                                                                                                                              Es esta conciencia la que hoy me mantiene atento al resurgimiento de fanatismos y autoritarismos, y la que al mismo tiempo me permite concebir con esperanza la finalización de nuestras barbaridades y estupideces vigentes.

                                                                                                                              Ahora mismo la historia de nuestro país sigue avanzando en la dirección que hemos elegido, pero no hay pueblo condenado a un destino distinto al de su anhelo de paz, pues tal utopía será siempre imperfecta en tanto su perfecta naturaleza es estar en permanente construcción.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Empecemos imaginando a nuestros hijos llegando del colegio a preguntarnos con asombro por las tomas, bombardeos, secuestros y masacres de aquellos tiempos de guerrillas, militares y paramilitares, y creamos en que podremos hablarles de ello con el orgullo de habérselo permitido tan ajeno, que serán ellos los primeros en la historia que puedan referirse a cualquier guerra en Colombia como algo perfectamente del pasado.

                                                                                                                              Fernando Velásquez Restrepo.

                                                                                                                              Envíe sus cartas a lector@elespectador.com.

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