Lectura del 2018

Santiago Gamboa
30 de diciembre de 2018 - 05:00 a. m.

En América Latina ocurrieron muchas cosas, pero sobre todo fue el año en que los dos grandes países del continente, Brasil y México, eligieron opciones radicalmente opuestas: la ultraderecha de Bolsonaro y la izquierda de López Obrador. Colombia también eligió a la derecha, pero al oír los discursos de Bolsonaro uno creería que nuestros reaccionarios criollos son un poco más austeros y retraídos, como necesitados de un psicoanálisis, pues intentan esconder su verdadera cara. Bolsonaro, en el fondo, es una terrorífica mezcla de Rito Alejo, Mancuso, la Cabal y José Obdulio, todo en uno. Tal vez por eso es tan seguro de sí mismo. Nadie tiene dudas sobre quién es y lo que representa, y el tipo no tiene pelos en la lengua para decirlo: defiende el legado de los militares golpistas y torturadores del pasado; es ultracatólico y tiene el apoyo de las iglesias evangélicas; es además (o en consecuencia) abiertamente antisemita y homofóbico, y considera a las mujeres ciudadanos de segunda. Está en contra del ambientalismo y quisiera convertir la Amazonia en un centro comercial con jaulas zoológicas y jardín botánico. Está a favor de la pena de muerte. Por todo esto, a su lado, Trump parece casi un estadista. En uno de sus primeros discursos ante el Congreso, en 1993, Bolsonaro dijo que había que regresar a la dictadura militar y tener mano fuerte con la “democracia irresponsable”. ¿Qué llevó a una nación tan sofisticada como Brasil, donde nacieron Jorge Amado y Pelé y Vinicius de Moraes, a tener tan mal gusto? Ya se sabe: la falta de norte, la ausencia de credibilidad, la corrupción. El último exmilitar elegido en la región fue Hugo Chávez y su legado destruyó al país más rico del continente.

México, que es nuestra mayor influencia en la región, tomó el camino inverso y logró lo que en Colombia no se pudo: tener al fin un gobierno de izquierda democrática que sea a la vez paradigma contra la corrupción y seguro ante la desigualdad y la falta de oportunidades. ¿Sobrevivirá? Las primeras medidas de austeridad en el gasto, empezando por su propio sueldo, tienen muy impactada a la clase política, y todos andan agarrados a la silla en la que están sentados por temor a perderla. Sus charlas con Trump funcionaron y parece haber un acuerdo razonable con el tema de los inmigrantes centroamericanos. Si a México le va bien con López Obrador, la izquierda se verá reforzada en Colombia. Y si Petro logra llegar vivo a las próximas elecciones, sin que lo destierren, inhabiliten o condenen por algo (en eso está el fiscal, es una de sus principales tareas), tendrá grandes oportunidades.

Porque lo que se viene en América Latina es la polarización: de un lado Bolsonaro con un discurso reaccionario y violento, que no agradará, pero tampoco chocará con gobernantes de derecha como Macri, Piñera o Duque, y que tendrá el apoyo de Trump; y del otro López Obrador con un gobierno progresista, social y claramente de izquierda, que, eso sí, tendrá que sacudirse el lastre de las pseudoizquierdas apocalípticas de Maduro y Ortega y reforzar una línea democrática al estilo de Pepe Mujica y, por qué no, de Lenin Moreno en Ecuador. Entre estos dos polos, en suma, estará el futuro próximo de muchos de los países del continente.

 

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